lunes, 5 de marzo de 2012

La playa de Bai Sao. (4ª parte)

Retomamos la carretera, en dirección ya a Duong Dong, pero esta vez, tomamos la carretera central de la isla, no por la que habíamos venido, que baja bordeando las playas.
Sabíamos que en determinado punto, tendríamos que encontrar un cruce a la derecha, que conduciría a la playa más famosa de la isla, la playa de Bai Sao, situada en la costa contraria a la de Long Beach.

Panorámica de Bai Sao.

 Después de un buen rato, saltando entre los baches de la carretera de roja tierra y esquivando los charcos y trampas de barro, empezábamos a sospechar que ya nos habríamos pasado el cruce para la playa.

De repente, apareció ante nosotros un pequeño puente de cemento, donde numerosas personas se agrupaban con sus motos, y se sentaban en sus orillas unos, y otros intentaban pescar con diminutas cañas en el riachuelo que cruzaba por debajo de él.

Nos percatamos de que antes y después del puente, habían algunas chocitas de maderas, y unas cuantas tienditas, por lo que deducimos que se trataba de algún pequeño poblado.
Detuvimos la moto en medio del puente, y al primero que nos miraba con cara de curiosidad le preguntamos con el mapa en la mano, por el desvío para la playa.


Efectivamente, nos habíamos pasado el cruce, por lo que por un momento dudamos si dejarla de largo y no verla, o volver sobre nuestros pasos.
El muchacho nos dio a entender que el cruce no estaba muy lejos, así que decidimos dar media vuelta e ir en su búsqueda, cosa que tuvimos que hacer rápidamente, casi sin despedirnos del joven, porque apareció un camioneta que no cabía por el puente, por culpa de nuestra moto mal aparcada.

Después de unos diez minutos descendiendo nuevamente la carretera, localizamos el cruce para bajar a la playa. Era normal que nos lo hubiésemos pasado, pues en esa zona, el camino se había convertido en un cenagal por la fuerte lluvia de esa tarde, y además, el pequeño cartelito de madera que indicaba que era el cruce hacia Bai Sao, se había descolgado y se camuflaba entre los arbustos.

Volvimos a dudar, pues a pesar de que ya no llovía y el calor asfixiaba nuevamente, el barro por ese camino, lo ocupaba todo. Al ver llegar por esa "carretera", a una joven con una moto, con los pantalones remangados y los pies llenos de barro, que nos dedicó una sonrisa, le preguntamos: - Bai Sao? - Ella movió la cabeza afirmativamente sonriendo, así que nos dijimos ¡Qué demonios! y tomamos el desvío.

Nada más entrar, lo empezamos a pasar fatal con el barro. Estuvimos a punto de caernos muchas veces. El camino iba descendiendo, y no podíamos tocar los frenos, porque cada vez que lo hacíamos derrapábamos y las ruedas se enterraban en el fango. En una curva, la moto perdió tracción en la rueda delantera, así que toqué el freno trasero, y la moto empezó a deslizarse lateralmente sin control. Por un momento nos vimos en el suelo enfangados hasta las orejas, pero con mucha suerte, pudimos dirigir el rumbo de la moto, hasta un lateral del camino con menos fango, pudiendo enfocarla nuevamente a la carretera...¡Buff...escapamos!

Una media hora agotadora, llena de tensión y esfuerzo para no caernos y por fin, llegamos hasta un restaurante, que da entrada a la playa de Bai Sao


La playa, es simplemente espectacular. Tiene un cierto toque exótico, como las playas del Caribe que pudimos ver hace unos años en México, pero por supuesto no tan turisteadas.
Aunque hay que dejar claro, que eso de que es una playa virgen, es simplemente un mito.
A pesar de que estuvimos prácticamente solos en la arena de la playa, era seguro que solamente fuese debido a por la hora a la que habíamos llegado, y hasta ayudaba seguramente a que fuese porque estábamos entre semana, ya que pudimos constatar que habían muchísimos barcos de turistas fondeados por toda la pequeña bahía.


Nos relajamos un rato, paseando la playa, bromeando con los pies sumergidos en el agua, que daba la sensación de estar tan caliente como el aire, y cuando empezó a descender el sol, Mari me devolvió a la realidad. O nos íbamos ya, o con el barro y la oscuridad, no conseguiríamos llegar hasta Long Beach.


 
Sin muchas ganas, por un lado por la paz que respiramos en ese entorno y por otro, porque sabíamos la paliza de carreteras de barro que nos aguardaba, retornamos al lugar donde habíamos dejado la moto aparcada, y cuando la vimos, llena de fango hasta el manillar, fuimos conscientes de la suerte que habíamos tenido de no haber "besado el suelo" en todo el día.

Subir la pequeña moto con dos "bichos pesados" como nosotros encima, fue menos difícil que bajarla, pero fue exactamente igual de cansino.

Cuando llegamos al cruce con la carretera "principal" ya se estaba poniendo el sol, por lo que decidimos sobre la marcha, no volver por un camino desconocido, bajaríamos hasta casi An Thòi, y en el cruce tomaríamos la carretera por donde habíamos llegado, que por lo menos ya la conocíamos y no parecía haber tanto barro, por lo menos cuando nos llovió en ella, pues parecía dragar mejor el agua por el tipo de tierra.

Nos nos equivocamos, el palizón de moto, esquivando el laberinto de baches y charcos, lo sentimos. A mitad de camino, se nos hizo de noche, y la cosa fue peor. Cuando llegamos a Long Beach, estábamos muertos, pero más hambrientos que lo primero, o sea que decidimos continuar un poco más ya que aquí la carretera ya esta asfaltada, hasta Duong Dong, y buscar un restaurante donde cenar.


Después de unas cuantas vueltas por las calles de Duong Dong, preguntamos a unas mujeres por el centro de la ciudad y por algún restaurante. Ellas nos explicaron que había que cruzar un puente de madera sobre el muelle para llegar al mercado central, y que cruzando entre él, llegaríamos al muelle, donde habían restaurantes.

Cruzar ese puente, fue de lo más simpático, pues a simple vista es un puente para personas, pero todo el mundo los cruza en moto así que no fuimos menos. Pero lo más curioso, es que el otro extremo da a un batiburrillo de puestos y tiendas, que se pasa por un callejón muy estrecho, entre personas a pie, o cargadas arrastrando mercancías, motos...un jaleo, hasta que por fin, llegas a un paseo con un muelle, con algunos restaurantes locales un poco más sofisticados de lo normal aquí.


Nosotros paramos en el primero que vimos y fue un acierto.
El restaurante, se llamaba MOC, y cenamos unos platos típicos, de productos del mar.

 ¡Hay que ver lo que arregla una buena cena!

Con el ánimo mejor, volvimos sobre nuestros pasos en busca de nuestro resort Moon, parando en unas cuantas tiendas para regatear con las señoras por unas chucherías, aguas y galletas, y cuando llegamos, encontramos a nuestro recepcionista, que nos llamaba a gritos para preguntarnos cómo habíamos pasado el día, reclinado en un bar, tomando unas cervezas con unos amigos suyos. No puso objeción alguna en cuanto le comentamos que queríamos la moto para mañana también,
- OK! All that you want! -



 

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