jueves, 29 de marzo de 2012

Cambio de planes. En ruta hacia Hoi An.

Tal era la contrariedad con la que salimos del Recinto Imperial por culpa de la lluvia, que decidimos regresarnos al hotel para secarnos y cambiarnos de ropa, ya que teníamos empapados hasta los huesos.


Al salir por la puerta Ngo Mon, frente a la torre de la bandera, unos cyclo-taxistas nos abordaron. Los pobres no tenían ni un cliente que transportar y como lo que entraba en nuestro plan era ir a la orilla del río a negociar con algún barquero para que nos acercara hasta alguna de las famosas tumbas que hay en las afueras de Hué, y hoy ya estábamos viendo que no se iba a poder hacer nada, pues la lluvia cada vez era peor, nos pusimos a regatear con ellos la carrera, por bromear y entretenernos un poco.

Nos pedían 2 dólares por acercarnos hasta el centro. - ¡No, sólo un dolar! - Les decíamos nosotros. - ¡Ok, Ok, 40.000 VNDs! - Nos contestó uno de ellos, que en realidad seguían siendo 2 dólares convertidos a su moneda. - ¡No, only 20.000! - Les contestamos, mientras nos devolvían carcajadas.

Nos despedíamos ya de ellos, con ánimo de caminar bajo la lluvia hasta el hotel, cuando uno de ellos, ante el enfado de los demás, saltó a nuestro encuentro:
 - ¡Ok, Ok. One dolar! -

Bueno, pues en un momento, el menudo cyclo-taxista, preparó su cacharro, para que nos sentásemos los dos, y cargado con nuestro peso, salió pedaleando lentamente de la Ciudadela, con rumbo al puente que cruza hasta las calles del centro. 

A los pocos minutos, comenzamos a oír jadeos de esfuerzo del pobre hombre, pues casi no podía con nosotros dos en un pequeño desnivel que hacía la carretera. Nos volvimos hacia él muertos de risa. Se encontraba realmente sudoroso y con la cara colorada.
Al ver que nos reíamos, comenzó a explicarnos entre jadeos, que un dólar era muy poco dinero, lo que provocó que estallásemos en carcajadas, mientras le espetábamos:
- ¡Ahhh!, ¡haber dicho que no! -


La verdad es que el hombre nos dio tanta lástima, que cuando nos dejó por donde le dijimos, le dimos más de lo acordado. Se lo había ganado con su esfuerzo, y realmente se mostró sorprendido y muy agradecido por nuestro gesto.

Al apearnos del cyclo, apretó aún más la lluvia, por lo que corrimos hasta nuestro hotel.
En el pequeño hall de la entrada, nos tropezamos con el buen samaritano del bus, que leía el periódico tranquilamente mientras fumaba un cigarrillo.
Al vernos empapados, nos contó, que según su periódico, se esperaban fuertes lluvias los días venideros en la cuidad de Hué.
Comenzamos a oír truenos y a sentir los cercanos relámpagos.
Mari y yo nos miramos unos segundos, y como si de un solo ente se tratara, ya sabíamos que nos habíamos decidido a abandonar la ciudad de Hué como fuera hoy mismo.
Adiós a todo lo que nos quedaba por ver allí, pero si no nos íbamos, perderíamos unos días preciosos que podríamos aprovechar para hacer otras cosas.

Le preguntamos a una chica de la recepción, si sabría dónde tomar un bus para marcharnos a Hoi An hoy mismo, y si todavía podríamos dejar la habitación sin tener que pagarles otra noche más.
El chico que estaba a su lado, sacó un folleto con los horarios de los autobuses hacia Hoi An, y los estudió unos segundos, descolgó el teléfono e hizo dos llamadas.

- Ok! no pagáis habitación si me compráis el billete de bus a mi. Éste vendría a buscaros aquí mismo dentro de dos horas. -

¡Así de fáciles son las cosas aquí, en esta parte de Asia, por lo menos, en los países en los que hemos estado!

Con un poco de "morro" por nuestra parte, fuimos a por las mochilas a nuestra habitación, y aprovechamos para ducharnos y cambiarnos de ropa. Dejamos las mochilas preparadas y las bajamos a recepción.
Le dijimos al chico que iríamos al restaurante de al lado a comer algo. - Ok! - asintió.


Fue una suerte que decidiésemos comer justo al lado del hotel, porque cuando estábamos con el postre, de repente, al mirar a través de la ventana, vimos a la chica de la recepción corriendo con mi mochila a la espalda, buscándonos desesperadamente.
Salimos a su encuentro y nos señaló un bus que estaba en la puerta del hotel.
Era el nuestro, se había adelantado una media hora.
Esa fue la parte buena, la mala, es que tuve que abandonar mi postre de banana flambeada con ron y chocolate, que apenas acababa de comenzar a saborear....

Sobre las dos de la tarde, estábamos de nuevo en ruta, en dirección a Hoi An, catalogada como la ciudad más bonita de toda Vietnam, para descubrir si aquello era cierto. Buenas referencias teníamos desde luego, unos amigos que la habían visitado, no hablaban de ella sino maravillas, y cinco horas de bus después, ya podríamos saborearlo de primera mano.


Cinco horas de bus, que se nos hicieron eternas.

Para empezar, pareciera que íbamos a ir pocos en el viejo autobús, sin aire acondicionado, con solo aire forzado que salia caliente, lo que unido a la alta humedad y calor del día, hacían el habitáculo insoportable.
Pero poco a poco, haciendo un recorrido por los hoteles de la zona, lo fueron llenando de tal manera, que incluso el conductor del autobús pretendió meter equipaje y unas cajas debajo de los pies de nuestros pies, a lo que nos negamos por ser un trayecto tan largo.

Un grupo de varias parejas, entre cuarentonas y poco más, hablaba lengua catalana animadamente entre ellos. La verdad es que criticaban más que hablar.
Lo ponían todo de "color verde", por lo que de una inicial alegría por tal coincidencia, pasamos a ignorarlos y hacernos un poco "los locos".
Justo, como lo hacía una de las chicas, con el sitio libre que tenía a su lado. De las dos plazas que tienen las guaguas por fila, ella se había sentado en la situada junto al pasillo, dejando la otra para sus depositar sus pertenencias.
Mari, disimuladamente hizo señas a una joven china, que se encontraba sin asiento, de pie en el pasillo, para que ocupara ese asiento. Ella que no se había percatado de ese sitio libre, corrió rauda a por él, dándole sonoras y expresivas gracias por avisarla.
La "española" nos miró un poco mal, sin saber que éramos compatriotas suyos, e hizo un comentario un poco despectivo y desagradable a sus amigos al respecto de lo sucedido, pero a nosotros dos nos dio bastante igual. Casi que había sido su castigo por dedicarse a menospreciar lo que estaba viviendo en esa parte del mundo, en lugar de disfrutarlo.
En fin, cada uno es cada uno, libre, y vive las cosas como quiere.


Un punto del recorrido que recordamos como muy agobiante, fue en el que el bus, atravesó la montaña por un larguísimo y oscuro túnel.
El calor, y la humedad era irrespirable. Todos los pasajeros sudaban y protestaban en alta voz por la falta de aire acondicionado.
Busqué solución, al abrir un ventanuco de la guagua, que encontré bajo la ventana. Pero el aire que entraba, era casi peor que el que había dentro.
No recordamos exactamente cuanto tiempo transcurrió para atravesar ese túnel, pero se nos hizo interminable.

Al salir, la carretera siguió ascendiendo por la montaña, y pasamos a un clima más fresco, pero igual de húmedo, por lo que ahora, comenzamos a sentir algo de frío.
El paisaje se tornó más verde, y llegamos a una zona inundada por la bruma.

Al igual que sucede en nuestras islas Canarias, hay una zona, donde las montañas son tan altas, que "atrapan" los vientos, que al chocar con ellas, sueltan la humedad que portan, en forma de brumas y producen un efecto parecido al de nuestra lluvia horizontal, por lo que hasta la vegetación se nos parecía.

Eso, o nos lo pareció, a lo mejor solo era algo de "morriña", como decimos los canarios cuando hechamos de menos y recordamos nuestro hogar, buscando similitudes en cada cosa que vemos...

El conductor hizo la típica parada, en el restaurante de carretera típico.
Todo el mundo, como siempre, bajó del bus en dirección a los servicios, que por un momento, nos trasladaron hasta China, reviviendo la experiencia de sus los baños.

La anécdota más graciosa de todas, fue que después de hacer cola, y conseguí pasar al infecto urinario, y mientras me aliviaba, oí gritos, en idioma castellano.
Era la inconfundible voz de Marijose, maldiciendo desde el baño de las mujeres por lo que se había encontrado allí, lo que después de todo, me sacó una sonora sonrisa, aparte de la cara de asco que se te queda en esos aseos.


 La siguiente parada de la ruta, fue un par de horas después, en la ciudad de Danang, para descargar algunos pasajeros que hasta allí llegaban. Unas vistas a unas bonitas playas es todo lo que pudimos ver desde la guagua, y quedó en un posible proyecto del viaje, volver por aquí a visitarlas si el clima mejoraba.

La impresión que nos dio Danang, es la que te dejan los lugares muy turísticos en pleno auge, con algunos grandes hoteles en medio de largas y semi desiertas avenidas, que cuadriculadamente están colocadas, pensando en una pronta urbanización.

No olvidéis, que como canarios que somos y que "pican" la cuarentena de edad, en su momento vivimos, como nuestra islas se transformaron, perdiendo su "virginidad" para ser explotadas para el turismo.

De alguna manera aquí, la imagen de esta ciudad, nos recordó aquellos episodios de nuestra adolescencia, en los que de un día para otro, pasábamos de hacer una excursión a través de plataneras para acceder a una recóndita playa del sur de Tenerife, a tener que hacerlo muy poco tiempo después, paseando por un complejo hotelero, que sutílmente se la había adueñado.



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