viernes, 30 de marzo de 2012

Hoi An. ¿El pueblo más bonito de Vietnam?


Ya sin sol, con el día oscurecido, nuestro autobús terminó su recorrido, y paró delante de un hotel situado en una calle no muy bien iluminada por unos farolillos.
No llovía, pero la humedad y el calor eran agobiantes.
Todo el mundo bajó a toda prisa a por las maletas y mochilas que transportaba el autobús en su bodega, mientras preguntaban unos a otros dónde demonios estaban.
Muchos sacaban sus guías y sus mapas para inspeccionarlos.
Observamos como rápidamente, las recepcionistas del hotel, se apresuraban a llamar a los pasajeros, para decirles que tenían habitaciones por solo 10 Dólares y muchos sin pensárselo mucho, aceptaban.

Nosotros, en una situación muy parecida a la que vivimos un año y medio atrás, cuando llegábamos a Wuhan, después de nuestro periplo chino por el Yangtzé, sin dirigirnos a nadie, tomamos nuestras mochilas y empezamos a caminar hacia donde nuestro instinto nos indicó que debería estar el centro de la ciudad.
Habíamos localizado desde Hué, vía el Internet que le pedimos prestado a los recepcionistas del hotel, un hotelito muy bien situado y con buenos precios, y localizando el punto donde se encontraría en el mapa de la guía, intentaríamos llegar hasta él.


Mientras Mari intentaba descifrar el nombre de las calles, comparándolos con los que había escrito en el mapa (que no se parecían mucho) yo, me dedicaba a darle coba a las jóvenes vendedoras de los comercios locales para que nos indicaran. Ellas desde que nos habían visto, se habían avalanzado a por nosotros, repartiéndonos tarjetas de sus talleres de costura, muy famosos aquí entre los turistas, que suelen comprar trajes de seda, estilo vietnamita, o copias artesanales de trajes de chaqueta de todas las marcas.

Una de ellas, una guapa vietnamita, comenzó a preguntarme que si yo era de Alemania, ya que mi camiseta tenía publicidad de una marca de cerveza.
Yo le repliqué que entonces ella sería de China, ya que la suya, era de estilo chino y por ahí comenzamos a bromear un ratito con ella. Después de que nos hubiera dejado su tarjeta, nos explicó como llegar al hotel que buscábamos.
Llegamos en nada, pues nos dimos cuenta, que pese a la impresión nocturna que nos llevamos nada más bajar del autobús, el lugar, es realmente pequeño.
El hotel, era un "triunfazo", pequeño, pero muy cómodo y barato, algo así como 15 Dólares la noche con desayuno incluido. Lo mejor de todo, es que estaba situado justo al lado del mercado central de la ciudad, junto al puente Cam Nam, que con solo atravesarlo, se entra en la cuadra principal de calles de Hoi An. Por si os interesa, se llama Huy Hoang River Hotel.

Suelta de mochilas en la habitación, y rápidamente a explorar la ciudad en busca de cena.


Atravesamos el tenderete de puestos del mercado, cuyas lonas protectoras para la lluvia, están colocadas a no más de metro sesenta de altura, lo que era un poco tortuoso, ya que teníamos que andar prácticamente agachados.

Por la calle principal, que discurre junto al río, andamos unos minutos hasta llegar al afamado Puente Japonés. Lo retratamos y ¡Chas! ¡tormenta tropical al canto!


Todo el mundo corrió dispersándose en distintas direcciones, por lo que sacamos la conclusión de que esta gente tiene un instinto especial para detectar agua, ya que solo los turistas fuimos los que no buscamos refugio antes de que comenzara a llover. Por tanto fuimos los que nos empapamos.


También comprobamos lo extremadamente oportunistas que son las vendedoras, de vender cositas de artesanía, pasaron en un segundo a estar cargadas de paraguas que vendían incrementando sin compasión su precio al doble de lo costaban antes de llover.

Mari, le regateo uno a una señora, que consiguió por su precio normal, y bajo él, caminamos hasta el primer restaurante que nos gustó, donde entramos a cenar, recomendados además, por una pareja de comensales alemanes que ya terminaban su cena y nos corroboraban que había estado muy buena.


 Charlamos un ratito con ellos.
Fue un alivio ver, que nuestro nivel de inglés no es que hubiese menguado más aún de lo bajo que de por sí es, porque llevábamos todo el viaje, desde que aterrizamos en Tailandia, sin comunicarnos del todo bien con los lugareños.
Ellos, nos aclararon, que les sucedía exactamente igual, cuando hablaban con extranjeros bien, pero con los nativos, fatal, por lo que los cuatro llegamos a la conclusión de que eran sus acentos asiáticos y su forma tan especial de hablar el inglés (como el chininglish de los chinos) lo que hacia difícil más dificultosa aún la comunicación.

Esa noche cenamos Cao Lao, un plato típico que nos encantó por lo delicioso.


Dejó de llover, y nos volvimos raudos a nuestro hotel, para descansar hasta mañana.
A media noche, comenzó el diluvio.

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