martes, 28 de febrero de 2012

Phuc Quoc. (1ª parte) Nuestra llegada a la isla.

Cuando un isleño canario ve la isla de Phuc Quoc dibujada en un mapa, se queda un poco perplejo, pues ésta tiene prácticamente la misma forma de la isla de La Palma.
Tiene casi la misma superficie, unos 48 km cuadrados por los 50 de la canaria, y hasta casi la misma densidad de población local.

Phu Quoc island.

Hasta aquí, las similitudes. Primero, por los diferentes materiales que las originaron y de los que están formadas, mientras una esta constituida por el material sedimentario del río Mekong, la nuestra es, como ya sabemos todos, de origen volcánico.
Segundo, y mucho, por sus respectivas "alturas", mientras la isla de La Palma es la isla más alta del archipiélago canario, pasando de largo los dos kilómetros de altura, más alta que Tenerife si ésta no tuviera el pico del Teide, mientras que Phu Quoc, es una isla prácticamente llana, con su punto más alto, entorno a los 685 metros.
Pero la gran diferencia, sobre todas las demás cosas, es el estado de urbanización y modernidad de cada una de ellas.

Phuc Quoc, quedó anclada en el tiempo, y sus gentes, en su mayoría, viven tranquilamente, casi ajenas al turismo, dedicadas a cosas mucho más sencillas que aquí, donde esas costumbres se han perdido hace décadas.

Long Beach, con vistas de Camboya al fondo.

Afortunadamente, a pesar de que el calificativo de "isla virgen" le quede demasiado grande, en Phuc Quoc, aún se puede vivir en ella un importante regreso a los "orígenes", que dificilmente podremos sentir ya en otros sitios del mundo.

Al descender del avión, y salir por nuestro propio pie hasta las instalaciones del aeropuerto, igual que en nuestros pequeños aeropuertos isleños, vimos un paisaje montañoso, con nubes bajas "rodando" y descendiendo entre su vegetación, lo que nos hizo sentir una vez más, como si estuviésemos llegando a casa, nos encontramos con un "tenderete" de taxistas ofreciéndose.

Teníamos pensado salir caminado o buscar transporte público, pero después de hablar con uno de ellos y explicarle la zona a donde queríamos ir, la cercana Long Beach, en Duong Dong, donde se aglutinan los "resorts" para todos los bolsillos, nos dijo que con taxímetro serían no más de 75.000 VND  (unos 2,5€) y al ver que comenzaba a llover, aceptamos.

Así son las carreteras en Phu Quoc.

El taxista nos llevó al resort que le indicamos, el Moon, y preguntamos al recepcionista, (se ve que era el dueño), por las habitaciones y el precio, este, ataviado con bermudas y camisa hawaiana, se mostró sonriente y encantado de acogernos, además como no teníamos cambio para el taxi, nos lo pagó y quedamos en que ya arreglaríamos.

El tío, era un auténtico hippie, y descubriríamos en esos días, que solucionar, no solucionaba nada, pero a todo te ponía una sonrisa encantadora, con lo que era imposible enfadarte o llevarte mal con él.

Las cabañas del resort, están literalmente en la arena de la playa, se conoce que las leyes que regulen el urbanismo, aún no han llegado a la zona. Están construidas con cemento, pero las han recubierto con cañizos y maderas para darles un toque exótico y tropical, pero la realidad es que están muy sucias, descuidadas y no del todo bien mantenidas.


Un resort escondido entre las playas de Phu Quoc.
Después nos daríamos cuenta de que no había casi ningún turista en ninguno de los resorts de la zona y durante nuestra exploración por la isla y por nuestras conversaciones con la gente, descubriríamos que solo los fines de semana, es realmente cuando hay más movimiento de turistas, y que entre semana como estábamos, éramos muy pocos, los más raritos, los que deambulábamos por allí.

Nada más soltar las mochilas, comenzó a llover fuertemente, lo que nos dejó un poco descolocados, ya que el plan era salir rápidamente a investigar, o sea que nos tuvimos que conformar con sentarnos en el porche de la cabaña a ver llover y a esperar.

Cansados de esperar a que dejara de llover, como hacía mucho calor, nos pusimos cómodos y salimos bajo la fina lluvia a caminar por la arena de la playa. Descubrimos que todos los resorts de los alrededores, estaban en el mismo lamentable estado y de que teníamos toda la playa para nosotros solos.

Desde que dejó de llover, retornamos a toda velocidad, en busca de nuestro amable recepcionista, para ver como podríamos alquilar una moto para recorrer la isla.


No había nada que investigar, él mismo nos alquiló una de las suyas por 150.000 VND
( ¡no llegó ni a 6€! ), nos prestó un par de cascos, según él, obligatorios y sin más dilación salimos a investigar la isla.

lunes, 27 de febrero de 2012

Un nuevo objetivo: la isla de Phu Quoc.

Tortuosas horas de bus de regreso a Ho Chi Min, donde nos despedimos de la pareja anglo-australiana, que después de todo, hicieron buenas "migas" con nosotros, aunque todavía no se si les gustó mucho la broma que les hice, al darles a probar unos frutos secos que compré en el mercadillo de Can Tho, y no me fijé en que eran especialmente para paladares orientales, sabor Wuasabi.

¡Dios, cómo picaban!

Llegamos a buena hora a Ho Chi Min, así que por fin sin lluvia, desde que bajamos del bus, rápidamente volvimos a alojarnos en el hotel de las primeras noches aquí, y salimos "zumbando" a recorrer nuevamente las calles de la ciudad.


Volvimos nuevamente a visitar a la falsa Notre Dam y nos recorrimos unos cuantos centros comerciales, para comprar algunas cositas de primera necesidad, y donde al anochecer, tomamos una cena, con aspecto occidental (espaguettis y carne), pero con el inconfundible sabor del de ellos. Estaba muy buena, hay que reconocerlo.

Desde el hotel de Can Tho, ya habíamos decidido nuestro siguiente destino por nuestra ruta en Vietnam, y desde el ordenador de su hall, ya habíamos oteado información y precios de los billetes de avión para trasladarnos hasta allí. La isla de Phuc Quoc.


Vendida como uno de los últimos sitios "vírgenes" del planeta, pero por poco tiempo, pues se esta pensando en prepararla para fines turísticos, así como las islas del sur de Tailandia, teníamos que pasar a verla antes de que se la "carguen", como ya ha pasado en tantos sitios del mundo, sin irnos muy lejos, por ejemplo, el islote de la Graciosa, aquí mismo en Canarias, que para quien tuvo la suerte de haberla visto, como un humilde servidor,  hace un poco más de diez años, y haya vuelto últimamente, le darán ganas de enfadarse con el mundo a pesar de que aún conserve sus paisajes.

Al volver al hotel en la noche, chequeamos la posibilidad de comprar unos billetes de avión por Internet, y realmente los conseguimos bien de precio, o sea que sin dudas, los compramos para salir en la mañana temprano.

Esa mañana, nos levantamos a las 5:30 am, para que nos diera tiempo de desayunar y conseguir un taxi que nos llevara a tiempo al aeropuerto de Ho Chi Min. El trayecto en taxi, fue todo un espectáculo, el meterse con un coche entre el "infierno" de motos de esa ciudad, es una experiencia que no tiene precio.

El avión, exactamente el mismo modelo que los de la compañía Binter de aquí. El servicio de Vietnam-Airlines, impecable, sin retrasos, ni problemas de ningún tipo, supereficientes.
Un viaje corto, de una horita de duración, y arribamos a la isla de Phuc Quoc, donde desde que pisamos tierra, comenzó a "chispear" unas gotas de agua, que presagiaban junto a negros nubarrones, mucha agua, a pesar del sofocante calor matutino.


sábado, 25 de febrero de 2012

El Vídeo-Resumen. Nuestro paso por el Delta del Mekong.

Como es costumbre en nuestro Blog, antes de continuar nuestra aventurilla por otro punto clave de los que visitamos en Vietnam, os dejamos un resumen en vídeo de nuestro recorrido por el Delta del Mekong.

Esperamos que os guste y lo disfrutéis tanto, como nosotros dos lo hicimos.

jueves, 23 de febrero de 2012

Plantación de orquídeas y frutas en el Mekong. (8ª parte)


De nuevo, navegando por el río en busca de nuestro último alto en nuestra exploración del Delta de Mekong, se sucedían de nuevo, las curiosas imágenes que nos proporcionan las personas habitantes del lugar.

 

Mujeres haciendo la colada en sus casas de madera a orillas del río, ataviadas con coloridos pijamas, tendiendo la ropa tendida por doquier, en los sitios más insospechados, o los numerosos barqueros pescando o simplemente remando de pie en sus pequeñas embarcaciones...



El calor y la humedad a esa hora del medio día, volvieron a ser insoportables, así que dimos gracias por arribar a el último punto en el que haríamos una visita.


El lugar en cuestión, era como un gran solar, donde una especie de plantación de flores y orquídeas autóctonas, muy bonitas y vistosas, eran exhibidas a lo largo de un sendero marcado para que los turistas lo recorriesen, flanqueando unos fosos de agua repletos de plantas y flores acuáticas, acabando en un espacio dedicado a árboles frutales de los más curiosos para nuestros ojos occidentales.


Frutales con racimos de enormes durians, famosos por su mal olor pero de buen sabor, o quizás, la que más ilusión me hacia probar, la fruta del dragón, de un curioso aspecto externo rojo, y no menos de su pulpa interior, blanca con pequeñas pepitas negras, pero de un exquisito y fresco sabor.



Al finiquitar el recorrido, como casi siempre, llegamos a una especie de comercio local, debajo de un techillo de ramas y maderas para proporcionar un poco de frescor, donde pudimos comprar alguna frutilla, para degustarla y hacer relaciones sociales con nuestros acompañantes de aventura, mientras la saboreábamos y nos explicábamos nuestras diferentes sensaciones al probar cosas desconocidas hasta ese momento.
 

  
Hemos de decir aquí, que como casi siempre, fuimos un poco más atrevidos que el resto.

Fruta del Dragón.















Después del almuerzo frugal, retomamos rumbo a la ciudad de Can Tho, nunca cansándonos de admirar las escenas rurales del río, tan impactantes para nuestros ojos como la primera vez, y con la satisfacción de haber vivido esta experiencia en primera persona, sin que nadie te lo cuente o sin necesidad de añorar algo así por haberlo visto en la televisión, por ejemplo.

  
En la ciudad de Can Tho, dispusimos unas cuantas horas de tiempo libre, antes de tomar el bus de regreso a Ho Chi Min, y a pesar del intenso sol, calor y humedad, aprovechamos bien el tiempo para revolver en los puestos del mercadillo principal.


La anécdota aquí fue, que se me antojó buscar unos pantalones cortos, pero por más que dimos la paliza a las vendedoras, no había nada que me sirviera.

Mi estructura física occidental, para nada tiene que ver con la de ellos y el corte que utilizan para su ropa.
Ellos son como más bajitos y más "rechonchos".

Los pantalones con el largo de mis piernas, en la cintura, eran como para obesos, y los que me servían de cintura, de "manga", no me llegaban ni a medio muslo, por lo que las vendedoras, con mucha cara de fastidio, se daban por vencido al no tener nada que me sirviera para ofrecerme.

 

martes, 21 de febrero de 2012

El "papel de arroz" del Mekong. (7ª parte)


Después del impactante mercado flotante de Can Rai, la siguiente parada que hicimos fue en otro punto, "muy real", por así describirlo.


Una fábrica de "papel de arroz" de la zona del Delta del Mekong.

El papel de arroz, hasta ayer mismo, momento en el que nos habían enseñado a enrollar el pescado que almorzamos, junto a hierbas y pasta, nosotros lo desconocíamos por completo.

Sí, así de ignorantes estábamos de su importancia en la dieta vietnamita. En esos días descubrimos que en su cocina tradicional, lo utilizan para comer infinidad de cosas, enrollando dentro de este "papel" para hacer rollitos, con carne, pescado, arroz, etc.


  No sabemos exactamente el porqué, pero llevábamos pensando toda la vida que los rollitos de primavera eran originarios de China, pero mira por donde descubrimos que no, que son vietnamitas.

Esta parada, la recordamos como el único sitio, en el que realmente se trabajaba para producir un producto para la venta nacional. No estaba dedicada a los turistas, si acaso, para que éstos conocieran de primera mano un producto básico de su cultura gastronómica.


Maquinaria vieja, calderos humeantes, personas trabajando, (sobre todo mujeres y algún hombre con discapacidad), y cientos de láminas circulares de papel de arroz secándose al sol sobre esterillas, fue el extraño panorama que nos encontramos en este recóndito punto del río Mekong, mientras una empleada, nos intentaba explicar básicamente, como utilizaban sus herramientas de mimbre.


Después de la breve parada en la fábrica, retomamos de nuevo la navegación por el río.
Nuevamente, imágenes singulares de la forma de vida de estas gentes se sucedieron ante nosotros, hasta que llegamos otra vez al mercado flotante de Can Rai.



A estas horas, estaba ya siendo visitado por muchas embarcaciones repletas de turistas, confiriéndole un aspecto radicalmente diferente a lo que habíamos visto en la mañana.

 El mercado, había pasado de ser el lugar "puro", ejemplo de las antiquísimas costumbres locales, a ser ahora un mero escenario, donde se representaba el espectáculo que buscaban las miradas curiosas de los extranjeros.


 Pasamos de largo esa zona, donde aún casi al medio día, y a pesar de los numerosos botes turísticos, los vendedores continuaban afanados en vender su mercadería, en dirección al último punto que visitaríamos en nuestra ruta por el Delta del Mekong.


domingo, 19 de febrero de 2012

El mercado flotante de Can Rai. (6ª parte)


Después de tomar nuestro desayuno en la terraza-azotea del hotel, nos bajamos a la hora acordada ayer al hall, donde puntual, apareció el guía, al que seguimos caminando hasta el embarcadero, donde ya se encontraba nuestro bote atracado, listo para partir hacia los puntos que estaban marcados en el programa.


El número de personas en la excursión, había disminuido, solamente quedábamos nosotros dos, la pareja de checos, la sajona y el matrimonio chino, que hoy venían sin los niños.

El señor checo, se mostró muy parlanchín con nosotros, contándonos muchas anécdotas en idioma "spanglish", de cuando visitó Canarias.


Un poco más le costó la pareja inglés-australiana, pero al final del día ya eran como amigos de toda la vida. Los chinos, los pobrecitos, sonreían a todas mis bromas y comentarios.

Sonsacándoles información de lo que habían hecho anoche, nos confesaron lo que habíamos imaginado, que el dormir en un stayhome, no había sido la experiencia de su vida.
Demasiados turistas en una pequeña y cutre casa, y muy incómodos, al tener que dormir en el suelo.
Cuando les contamos lo de nuestro hotel, por sólo 20$ más en total, pusieron una cara de fastidio que no veas.


Muy temprano, después de contemplar durante un ratito, las escenas normales y cotidianas de las personas que viven del río Mekong, llegamos a la zona de Can Rai, donde se haya el famoso mercado flotante.

Fue toda una experiencia ver en acción a los comerciantes locales, regateando, discutiendo entre ellos, y comprando los productos a los minoristas, en pleno río, saltando de bote en bote, ya que aunque este mercado flotante es muy nombrado y famoso para el turismo, el movimiento que se puede observar en él, es absolutamente real y cotidiano, es su manera de vivir y entender las cosas.

Puede ser que llegáramos temprano, pero tuvimos la suerte de no tropezarnos con más botes de turistas, por lo que deambulamos despacio, sin agobios y relajados, contemplando aquel panorama, entre los barcos cargados de frutas, verduras y animales destinados a la venta, pasando totalmente desapercibidos a los ojos de los protagonistas de esta historia, excepto para unos cuantos vendedores mucho más modestos, que éstos sí que nos abordaron en sus pequeñas canoas motorizadas, para vendernos, refrescos, aguas, dulces típicos, frutas y hasta café caliente.


Fue bastante divertido regatear con las señoras de los botes.
Yo me agencié una especie de dulces con sabor a banana y arroz, con alguna sustancia de color rojo que no pude identificar dentro, envueltos en hojas de palmera.


Me comí uno, por aquello de experimentar lo nuevo y lo exótico, pero a Mari no le sedujo nada la idea, y le regaló el suyo al chico inglés, ya que él mostraba mucha curiosidad, preguntándome a cada rato que si yo estaba loco por atreverme a comer esas cosas y constantemente me interrogaba por a qué sabrían, pero cuando él le dio la primera mordida y le chorreó el viscoso líquido rojizo, la cara de asco que le provocó junto con una arcada fue un poema que nos sacó una sonrisa, y cuando pensó que no lo veíamos, lo arrojó con disimulo al río...


El señor checoslovaco también se mostró muy receptivo a probarlo todo, y consiguió varias piezas de fruta por un precio ridículo que repartió con todos nosotros.


Como una hora o así, estuvimos dando vueltas en nuestro bote, hasta que el barquero salió de aquella especie de laberinto de artefactos flotantes, y puso rumbo hacia otra de las paradas de la mañana.


viernes, 17 de febrero de 2012

Ciudad de Can Tho. (5ª parte)


Después de una tarde muy buena y con nuestras ansias de descubrir nuevos rincones en este mundo más que satisfechas por hoy, retomamos el camino a bordo de nuestro bote, surcando una vez más, las aguas del río Mekong.


De nuevo comenzaron a sucederse, las singulares para nosotros, pero cotidianas para ellos, estampas de los lugareños de la zona.


Unos pescaban en sus pequeñas canoas, otros se aseaban en los márgenes del río, las mujeres lavaban la ropa y luego la tendían en sus humildes y estrambóticas casas...



Llegamos a un embarcadero, donde nos bajamos del bote hasta el día siguiente, y tomamos de nuevo el bus, que después de unas tres agotadoras horas de tortuosas carreteras, llegó, por fin, a la ciudad de Can Tho, de la que habíamos leído ser la urbe más importante y desarrollada del Delta del Mekong.

Paramos en un hotel cutrísimo, donde algunos de los acompañantes, se despidieron ya de nosotros, y los demás, se iban a dormir a un stayhome, con familias locales.

Un hombre se asea en una casa a orillas del Mekong.
Nosotros, por nuestra parte, salimos caminando con el guía del bus, a través de unas caóticas calles, llenas de motoristas, casi tantos como en Ho Chi Min, que circulaban más a lo loco si cabe, por las estropeadas y polvorientas carreteras de la ciudad, hasta que justo al lado del mercado principal de la misma, encontramos nuestro hotel.

Qué decir del Saigón-Can Tho Hotel, pues que al lado de todos en los que habíamos dormido últimamente, un hotelazo.

Desde que llegamos y nos registramos, nos metimos en la habitación y llenamos la bañera hasta arriba, para estar cada uno, un buen rato en remojo.

Calle del mercado, Can Tho. Fijarse en el camarero, en bicicleta y con bandeja en mano.

Renovados de energía, nos salimos de nuevo a la calle, ya anocheciendo, para buscar comida y dar un vistazo al mercado y pasear por el centro neurálgico de la ciudad, que en realidad, se reduce a las dos calles del mercado y a una pequeña avenida, bordeando al embarcadero del río.

Productos frescos, en el Mercado de Can Tho.





 
 Descubrimos que el mercado, está situado en medio de una carretera de doble sentido, con tiendas y puestos también a los lados, y que acaba justo en la mitad de un animado y concurrido paseo principal, donde se encuentra el embarcadero.

Paseo principal de Can Tho, con vistas al embarcadero.

Al caminar desde allí a la derecha, la calle acabó en un edificio más moderno, repleto de tiendas de ropa y con un elegante restaurante, y al volver desde allí, a la izquierda del mercado, llegamos a una placita, con una enorme y sorprendente estatua de Ho Chi Min.


En los puestitos de la calle, nos agenciamos unas chucherías para cenar, y nos volvimos de nuevo al hotel, para disfrutar del Internet gratis y enviar los e-mails a nuestros respectivos familiares y amigos más intimos.

La anécdota de nuestro paseo por el muelle, fue el asalto constante que sufrimos por parte de las señoras, que insistentemente nos ofrecían excursiones en sus barcas por el río.

Una señora en concreto, comenzó a perseguirnos y cada vez que me daba la vuelta y la miraba, comenzaba con su retahíla: - Que si 200.000 VND, que dos horas, que si queríamos ir al mercado flotante, que en qué hotel estábamos, que de dónde éramos...-
-¡Que no, que gracias! -

El tono de su voz, nos sonaba como los maullidos de un gato, y a Mari y a mi, nos daba la risa, sólo con verla gesticular y con oírla...

Callejuelas de Can Tho.

Seguíamos caminando, y ella, la señora, se rezagaba un poquito, haciéndose la despistada, pero cada vez que se sentía descubierta por mi mirada, atacaba de nuevo: - Que si 150.000 VND, que si en la mañana querríamos ir a ver otros pueblos cercanos... -
- ¡Gracias, no, ya tenemos bote para mañana! -.

A la quinta o sexta intentona, "desternillados" ya por la risa de oír su continuo ronroneo gatuno, cuando ella se acercó de nuevo, a Marijose le dio un flash, y dio un zapatazo en el suelo, espantándola cual felino: - "¡ZÁAPEE GATOOO!" -
 Ni yo ni la mujer lo esperábamos, y nos quedamos un segundo bloqueados mirándonos, hasta que a los tres nos dio el ataque de risa que duró un buen rato.

Le dimos por enésima vez, de buen rollito, las gracias, pero que ya habíamos pagado por una excursión. La señora, con una amplia sonrisa en la boca, se despidió de nosotros, con un - "OK, OK! 100.000 ONE HOUR!"-


Antes de acostarnos, a pesar del cansancio, se me antojó subir a la azotea del hotel, donde tenían montado una terraza, y nos tomamos unas copas, invitación de bienvenida.
No había ninguna vista que observar desde allí, pero nos quedamos absortos, viendo el festín de mosquitos, que se daban la inmensa cantidad de Jeckos vietnamitas, que correteaban cazando por todas las paredes.

A lo largo de todo Vietnam, nos encontramos con estos pequeños lagartos, que son exactamente igual que los Perenquenes autóctonos de Canarias, quizás con un tono más "amarilloso", en contraste con el verde-grisáceo de los nuestros, y puede ser que también, algo más pequeños, pero que en definitiva, daban un toque, que a veces nos hacían sentir realmente como si estuviésemos en casa. 

¡Hasta siempre, Can Tho!

martes, 14 de febrero de 2012

La granja de abejas del Mekong. (4ª parte)

La segunda de las paradas en nuestro itinerario por el Delta del Mekong, fue en un conjunto de chozas, que estaban acondicionadas, como no, por comerciantes locales que buscaban vender cositas a los turistas.


Los dueños de las tienditas, nos sentaron en unas mesas, y nos ofrecieron algo de fruta, mientras que ellos mismos, se reunieron delante de nosotros, transformándose en músicos y cantantes, y nos dedicaron unas canciones típicas de la cultura del Delta del Mekong.

 
Es una opinión mía, y basada en la ignorancia, pues a lo mejor eran los mejores cantantes folklóricos del lugar, pero a título personal, me sonaban aún peor que los cantantes de karaoke camboyanos.

Y lo más gracioso, fue ver al "niño coñón" de los chinos, que desinquieto como era, se ponía a pasear por delante de los cantantes, quedándose parado a cada rato, mirando fijamente a los ojos de los músicos, intentando tocar los instrumentos de éstos, agarrando de la camisa a la cantante...vamos que por la mirada que le proporcionó uno de los músicos en un momento dado, diría que estuvo a menos y nada de recibir una buena cachetada...¡Lo que nos divirtió esa situación, no podíamos aguantar las ganas de reír!


Después de la actuación y la posterior invitación a pasar a las tiendas, nos condujeron a unas pequeñas canoas para dar una vuelta, atravesando unos pequeños canales de agua.

Siempre hemos dicho que las comparaciones son odiosas, pero hacia pocos días, habíamos paseado en canoa por el Bosque inundado de Kompong Phhluk, (en vídeo en el Capítulo 3, min 3:04), y claro, ésto a su lado, parecía una cutre y vulgar imitación, pero por unos angostos canales que estaban llenísimos de todo tipo de porquerías flotando en la fangosa agua de color marrón.


Además, cada vez que nos cruzábamos con alguna otra canoa de turistas, los barqueros no hacían sino gritarnos que diésemos dinero a nuestro barquero: - YOU, PAY HIM!!! YOU, PAY HIM!!! - mientras con los dedos nos señalaban a nuestro remero y nos hacían la inequívoca señal del dinero. - IT DEPENDS! - Le repliqué a uno de ellos, harto ya de la misma cantinela durante todo el camino.

El barquero nos dio un remo para que hiciésemos la "guirufada" y remásemos nosotros, a lo que entre bromas me negué - ¡Yo he venido aquí a disfrutar, no a trabajar! - le dije, y entre risas, el señor checoslovako que venía con nosotros en el grupo, y que se animó a compartir canoa con nosotros, ya que se nos había "descolgado" durante el almuerzo con un aceptable y algo entendible, vocabulario de español (nos habia contado que había visitado a Canarias para hacer submarinismo, y que había trabajado unos meses en su juventud en la península Ibérica), se marcó un "buen golpe" al tomar él el remo, y comenzar a remar junto al barquero, pero acelerando el ritmo a toda velocidad, cuando se oyó un trueno amenazante de lluvia en la inmensidad.


Por suerte la lluvia no llegó, pero lo que sí se hizo insufrible, fue la terrible humedad y el sofocante calor que nos acompañó, durante toda la jornada.

Por fin arribamos al final del canal y desembarcamos en otro cabañal, donde pudimos ver muchas colmenas de abejas diseminadas por toda la selva.





¡Menudo susto que le dí al nene, al "mocoso chinito", cuando tomé en mis manos unos de los panales y se lo acerqué!


Sus gritos y la carrera que dio para esconderse detrás del padre, provocaron ecos de risa en toda la selva.


 Desde ese momento, yo me gané la simpatía de la familia china, que Mari ya había conseguido desde el primer minuto que los conocimos, con su "sonrisita"...¡es un don que tiene, que ya quisiera yo! 








Aquel lugar, era una granja de abejas, donde se fabricaba miel para la explotación turística, y otros productos derivados, como por ejemplo, varios tipos de licores a base de miel.


Entre esos productos, destacaban unos licores a base de miel, que servidos como chupitos, con unas gotas de limón, estaban muy ricos, y que hicieron que después de degustar unos pocos, todo el grupo entrara ya en confianza con nosotros dos, y que riésen y participaran de todas nuestras bromas.

Pasamos un buen rato.

Uno de los jóvenes que vivían en la granja, y que quiso participar del buen rollo que vió, se nos acercó y nos trajo a su mascota para que pudiésemos jugar un rato con ella.


Una serpientilla de nada, que en las fotos no se aprecia, pero que sobre los hombros, pesaba mucho, y que por muy fuerte que la sujetases, con su potente musculatura, siempre conseguía escabullírsete de las manos.


Preciosa.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...