martes, 20 de diciembre de 2011

Nuestro Vídeo-resumen de Los templos de Angkor.

Antes de proseguir la aventura que vivimos en Camboya y que nos conducirá a través de un entorno único y diferente, aquí va el capítulo 2 de nuestras andanzas.
Esperamos que lo disfrutéis:

lunes, 19 de diciembre de 2011

Sam Om.


Después de que le hubiésemos pedido a Sam Om que nos volviera a llevar al Angkor Wat, aceptando de "mil amores", nos trasladó rápidamente entre atajos por la ya familiar tierra roja, en los que nos volvimos a encontrar con la gente más humilde de esas latitudes haciendo su vida.


A la llegada al templo, malos presagios. El cielo se tornó muy oscuro en muy poco tiempo, por lo que corrimos a toda velocidad hasta el centro el complejo para evitar que nos lloviera a mitad de camino.


Lo conseguimos solo en parte, pues justamente cuando alcanzamos nuestro objetivo, comenzó a caer una fina lluvia, cuando menos molesta, porque no nos dejó sacar casi ninguna fotografía.

Por lo menos, disfrutamos de estar una vez más en Angkor Wat, que no es poco.

Tampoco pudimos subir a la torre más alta, pues si ayer estaban limpiando, hoy, justo a nuestra llegada, acababan de cerrar el acceso a las escaleras.
A las 5 p.m. en punto, ya no te dejan subir.

Dio igual, ya teníamos el "alma hinchada", y desde que la lluvia aflojó un poco su intensidad, caminamos a toda prisa para llegar hasta Sam Om, intentando que no nos pillara el chaparrón tropical típico de Asia.
Justo cuando alcanzamos a nuestro amigo empezó a llover con más insistencia, por lo que le dijimos que se había acabado su trabajo por hoy, que nos llevara de vuelta al hotel lo más rápido que pudiese para evitar mojarnos.

Él, con su inagotable sonrisa, aceptó.

No pude evitar reparar en que Sam Om iba vestido con una simple camiseta, y que se estaba mojando con la lluvia.

Le pedí que parase: Sam, would you like my jacket? -le dije mientras le ofrecí mi chubasquero.
No, thanks! - me respondió con una evidente timidez que le impedía aceptar, y reanudó la marcha.











A los pocos minutos, de repente, la lluvia se tornó en un fuerte aguacero tropical tremebundo. Sam Om, empapado, paró su Tuk Tuk, se volvió hacia mi, y me gritó sonriente mientras con su mano protegía sus ojos de la lluvia : YES I WANT!...YES I WANT!



En un santiamén, lo disfrazamos de Pedro con su impermeable, y pudo continuar la marcha a duras penas, hasta que pasados unos diez minutos, dejó de caer agua y reapareció el tremendo calor y la humedad.

Desde que llegamos al hotel, Sam Om se ofreció para llevarnos a cenar a algún lugar de Siem Reap. Declinamos su oferta, y como de costumbre, le dimos unos cuantos dólares como propina, que él aceptó humildemente, sin mirar lo que le dábamos y le explicamos que hoy queríamos descansar para mañana afrontar con fuerzas la excursión que habíamos planeado.

Esa noche, la pasamos muy tranquilos. Cenamos en el hotelito, y después nos relajamos oyendo cantar a los chicos del hotel con el karaoke, en el canal de Tv camboyano, en el que 24 horas al día, emiten canciones subtituladas para que los telespectadores canten.
¡Hay que ver lo que les gusta a los asiáticos en general un karaoke!
Nos partíamos de risa escuchando lo mal que cantaba Kaeo, el joven encargado del hotel, que cada vez que pasaba por allí, igual que las camareras, se paraban unos segundos delante del televisor, y empezaban a cantar en voz alta. Cuando terminaban con su "estrofa", reanudaban su trabajo...
La verdad también, es que estábamos como en familia, ya que casi no había gente alojada en el hotel.
Yo les decía: ¡Por favor! ¡No canten más, que mañana vuelve a llover y yo quiero ver Camboya!...y ellos me miraban, se reían, y me dedicaban la canción, en tono más alto y personalizado...

sábado, 17 de diciembre de 2011

Los templos de Angkor. 9ª parte. Preah Khan, La Espada Sagrada.


El chiringuito donde almorzamos, estaba muy cercano a uno de los complejos de templos más grandes de Angkor, el Preah Khan, que significa algo así, como la Espada Sagrada.




Así pues, caminamos un poco hasta allí, y dejamos a Sam Om tomando la siesta en la parte trasera del chiringuito, junto con otros conductores de Tuk Tuks, que tenían a tal efecto, unas hamacas estratégicamente colocadas.







El paseo se hizo muy agradable, a pesar de la eterna humedad del ambiente, ya que para acceder a la puerta de entrada el Preah Klan, tuvimos que adentrarnos un poco en la jungla y cruzar unos puentes con tallas en piedra muy singulares y bonitos.


Quizás, la entrada, no es la más espectacular de los templos de Angkor, pero lo que hay dentro no desmerece en nada a los mejores del lugar.


No solo es un recinto grande, donde perderse deleitándose con los restos de esas maravillas arquitectónicas que se construían por el hombre hace más de 3.000 años, sino que forma un entramado de pasillos y estancias, similar a un laberinto.

Esta repleto de bóvedas, oscuros y estrechos corredores que dan a patios, estanques, muros donde las raíces de los árboles se han instalado con el abrazo de sus enormes raíces.
Además, contiene numerosas tallas decapitadas, y relieves con las representaciones del "batido del Océano leche" hindú.

Todo ello adornado por doquier, con los montones de enormes bloques de piedra con líquenes y musgos incrustados, producto de la obra el tiempo y sobre todo de la naturaleza, que lenta pero impasible, ha ido deteriorando hasta derruir numerosas de las edificaciones de estos templos.

Fue sin duda, uno de los sitios que más nos gustó y disfrutamos de él.

Aquí, realmente sentimos que estábamos en el lugar que habíamos venido buscando, pues no es una parte de la zona temática de los templos, que esté excesivamente "turisteada", por así definirla.

La afluencia de gente, es infinitamente menor que en otros complejos como pueden ser el Angkor Wat, o el Angkor Thom, con el templo de Bayon como su principal reclamo.
Este lugar, se define en las guías, como un magnifico contrapunto al Ta Prohm, y nosotros damos fe y atestiguamos que es cierto. Además, debido a la afluencia masiva de turistas, seguramente provocada por el hecho de que se rodara la película de Tom Raider allí, éste esta hasta mejor conservado.
 Pudimos relajarnos y sentarnos a descansar en lo alto de uno de los edificios del templo, y disfrutar de la soledad, de los sonidos de los pájaros de la jungla...hasta que una vez más, aparecieron los niños.
 Esos niños, que nos rompen el corazón a cada vez que nos los encontramos con cada paso que damos y que sin embargo, es curioso y chocante la cara de felicidad y los murmullos de risas que portan siempre consigo.
Después de un rato de descanso, exploramos a conciencia el lugar, encontrándonos a nuestro paso, preciosos estanques donde perder nuestro tiempo fotografiando todo lo que pudimos, y al igual que en el Ta Prohm, en los muros exteriores, las impresionantes raíces de los gigantescos árboles de la jungla, que se han ido adueñando de los huecos entre los bloques de piedra. Una de las imágenes únicas del mundo, por la que vinimos hasta aquí.

A la salidadel Preah Khan, le pedimos a Sam Om, que nos llevara de nuevo a ver el Angkor Wat.


A pesar de que nos quedaban multitud de templos que ver, mañana teníamos planeado un cambio de ruta que nos alejaría de la posibilidad de volver a ver esa maravilla única, motivo de nuestra presencia en este país, y deseábamos sentir la profunda sensación que nos abordó la primera vez que cruzamos la inmensa avenida que conduce al templo del interior de Angkor Wat. No queríamos irnos sin volverlo a ver con nuestros propios ojos.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Los templos de Angkor. 8ª parte. Ta Som.


La siguiente parada de la mañana, el Templo de Ta Som.

Un templo pequeño, pero con una entrada impresionante. Una puerta adornada con una cúpula con una cara como las del Templo de Bayon, con un árbol cuyas raíces han abrazado y rodeado la puerta en el lado interior del templo.



Allí, unas cuantas niñas se intentaban ganar un dinerillo vendiendo la misma chatarrita de siempre y comían todas de una bolsita plástica puñaditos de arroz.


Una de ellas, de unos cinco años, nos ofrecía pulseritas: "one dolar for one, two, three...!"

Como no le hacíamos caso lo intentó nuevamente en italiano: "one dolar per uno, due, tre..."

Yo, le continué con la cuenta hasta diez y le dije:
In deucshtland "one dolar for einz, zwei, drei...", y ella, me continuó con la cuenta en alemán hasta diez.

En español, le volví a decir: one dolar for, una, dos, tres y ella, me continuó la cuenta hasta diez en español...

In chinese, le dije esta vez, y comencé a contarle en chino: yi, ar, sháan...y ella, me continuó hasta diez en chino...

¡es una pasada como agudiza el ingenio la necesidad! La niña, de no más de cinco años de edad, sabía contar en cualquier idioma que le propusieras, nos dejó impresionados.



El interior de este templo, el Ta Som, no tenía nada digno de mención, salvo muchos bloques y rocas producto del derruimiento del mismo, unos cuantos charcos donde los niños intentaban pescar con sus pequeñas cañas en mano y poco más.
Eso sí, repetimos que la puerta por la que se accede, es sencillamente espectacular.

Al salir del templo, nos pusimos a regatear por unas botellas de agua en uno de los chiringuitos.
 Nuestra intención era quitarnos los pocos Rieles Camboyanos que nos habían devuelto en uno de los pagos que hicimos en Siem Reap, al pagar una cena la noche anterior en dólares.
Como eran muy pocos los Rieles Camboyanos que teníamos, y no nos daba, decidí probar a ver si era verdad eso que tanto habíamos leído de que allí se acepta todo tipo de moneda. El dinero que nos faltaba para las dos botellas de agua, decidí, por hacer el experimento, intentar pagarlo con las monedas Tailandesas que nos quedaban.
 

Dicho y hecho. En un momento se montó un batiburrillo de gente alrededor nuestro decidiendo cuál era el cambio Bath-Riel.

Yo les propuse hacer el cambio de un Bath por cien Riels y ellos lo aceptaron entre risas, sin más.


Allí mismo, nos volvimos a tropezar con nuestro amigo español, el chico de los tatuajes, que nos contó su batallita en el día de hoy en los templos.
Por lo visto, había uno al íbamos a ir, el Preak Neak Pean, que estaba totalmente inundado, y él para pasar, se había remangado los pantalones y con sus cholas, se había metido a caminar por allí.


Cuando vimos a Sam Om, le comentamos lo del templo sumergido, él nos dijo que ya lo sabía y que por ese motivo, lo había excluido de la ruta.
 Así las cosas, nos propuso buscar un sitio para almorzar, y aceptamos de muy buen grado.

Al llegar al chiringuito que él buscó, nos atendió una sonriente camarera.

Su cara, su simpatía y desparpajo con nosotros me gustaron mucho y así se lo hice saber a Marijose, que me contestó que si ya me estaba pasando lo mismo que en Chengdú, donde siempre me estaba confundiendo de chino y no era capaz de reconocerlos. ¿Qué no ves que es la mujer de Sam Om, bobo?

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Los templos de Angkor. 7ª parte. El Templo de Mebon Oriental.

Entrada al templo de Meabon Oriental.
Gracias al ratito que necesitamos para trasladarnos del Bantey Srei al siguiente punto a visitar, pudimos recuperarnos algo del calor, a bordo de nuestro Tuk Tuk.



El movimiento del motocarro, hacia que la brisa nos refrescase y pudiésemos dejar de sudar, por lo menos en esos ratitos.


Además, cuando nos movíamos de templo en templo en nuestro curioso método de transporte, las imágenes cotidianas de la vida diaria de las personas que allí moran, se nos sucedían delante de nuestros ojos de tal modo, que parecía que estuviésemos dentro de un documental.


Estas allí, pero una barrera que te hace prácticamente invisible para sus ojos, te separa de ellos.


A esa hora, los niños salían de los numerosos colegios que hay repartidos por toda esa zona, y formaban las ya familiares procesiones de bicicletas a lo largo de la estrecha carretera, salpicada de cuando en cuando por algún Tuk Tuk de turistas y por algún animal de granja, de los que andan sueltos por ahí, y que provocan algún susto a los conductores.

La siguiente parada que decidió hacer Sam Om, fue en un templo que habíamos pasado de largo en la mañana de camino a Banteay Srei, el templo de Mebon Oriental.

De este templo, recordamos una anécdota en especial.















No había nadie cuando subimos las empinadas escaleras del templo, y mientras llegábamos hasta las torres, nos dedicamos a fotografiar los elefantes tallados en piedra, muy bien conservados, que hay en las esquinas de las plataformas y a hacer bastante el bobo.



Nos pusimos a filmar un vídeo para el blog, y soltamos la cámara de fotos en el suelo, en la base de una de las torres, olvidándola allí.

El calor hizo mella nuevamente en nosotros y buscamos refugio en el torreón más alto, donde aparecieron unas niñitas camboyanas con intención de vendernos cositas.

Después de bromear un ratito con ellas, se marcharon al ver que no les comprábamos nada, pero no se fueron muy lejos.


Cuando nos percatamos de que nos faltaba la cámara (y lo que más nos dolía, que habíamos perdido todas las fotografías del viaje hasta ahora), salimos como locos a buscarla por todo el templo, hasta que nos dimos cuenta, de que las niñas, estaban haciéndonos tímidas señales, para que nos diéramos cuenta de donde estaba la cámara. Justo en el mismo sitio y en la misma posición donde la habíamos dejado olvidada la encontramos.

Si hubieran querido, se la podían haber llevado sin que nos hubiésemos enterado, pero la honradez de estas niñas tan pobres, es una virtud más que admirar.


domingo, 11 de diciembre de 2011

Los templos de Angkor. 6ª parte. El Banteay Srei.


Como de costumbre, madrugón espontáneo.
Sobre las 6 a.m. nos despertamos y tuvimos que hacer tiempo duchándonos y preparando las cámaras de fotos y vídeo hasta que abrieran la cocina para bajar a desayunar.
Yo salí un poco antes, con intención de averiguar si ya estaban los chicos del hotel despiertos y de recuperar nuestro calzado.

Como curiosidad, hay que comentar que tanto en las casas, como en los restaurantes o en los hoteles de Camboya, hay que descalzarse. Nada más salir de la habitación, me los encontré durmiendo acurrucados en las esquinas de los pasillos de madera.

El único que se encontraba despierto, era el jovencito encargado del hotel.
Él, despeinado, sin camisa, y con cara de sueño, con aspecto de todavía no haber tenido tiempo del aseo matutino, me sonrió, y corrió hacia mí y se me abrazó como si me quisiese de toda la vida.
Lo que se rió Marijose al ver mi cara de asombro con tal muestra de esfusividad y lo cómico de la escena, pues el chico no me llegaba ni a la altura del pecho.
 


Realmente no sabemos qué es lo que tengo, seguramente que no soy el típico turista rubio de ojos azules europeo o americano, tengo demasiada pinta de "isleño canario", y puede que sea mi aspecto "un poco pueblerino" lo que les llama la atención, pues tanto en estos tres países que visitamos, como el año pasado en China, cuando nos veían aparecer con algún grupo de turistas, siempre se querían fotografiar conmigo.

Después de nuestro desayuno de herencia francesa, compuesto por café con leche y bagette con quesito para untar y revuelto de huevo, nos reencontramos con Sam Om para reanudar la ruta por los templos de hoy.

Ese día decidimos ir lejos, a unos 20 kilómetros, para empezar el recorrido por uno de los templos que nos recomendó por su belleza el joven encargado del hotel, El Banteay Srei.
El camino de más de una hora en nuestro remolque-moto, nos sumergió de nuevo en la realidad de la vida cotidiana de Camboya y su extrema pobreza, a las orillas de sus rojizas carreteras de tierra.

La visión de tantos niños pequeños, jugando casi desnudos, sólos, porque seguramente sus padres estarían intentando ganarse la vida fuera, con los hermanos mayores, los de cinco años más o menos, cargando en brazos a los bebés, fue demasiado dolorosa para nuestros ojos.
 A lo largo de la travesía también, nos fuimos encontrando con muchísimos colegios en los que en sus puertas principales se habían colocado carteles en inglés, en los que se hacia mención a fundaciones benéficas de las que dependían.
Después, en muchos de los templos, te encontrabas con niños y niñas uniformados de escolares, recaudando dinero a través de la caridad de los turistas, para esas fundaciones.

El Banteay Srei, es uno de los templos más apreciados y singulares de Angkor.
No es un templo enorme, como en la mayoría de los casos, en el que haya que desfondarse subiendo enormes y empinadas escaleras.

Todo lo contrario.
Es un templo de dimensiones muy modestas, en el que solo hay un nivel, a ras de suelo, por el que pasear a lo largo de las puertas y estancias del mismo.















Eso sí, la roca de color rosáceo con la que se construyó este templo, más los infinitos grabados, relieves y bajorrelieves, las incrustaciones, tallas y demás elementos decorativos que hay a lo largo de todo el templo, le confieren un aspecto impresionante.


   
Este templo también es único, en el sentido de que es de los pocos, según se ha descubierto, que no fue mandado a construir por un rey, sino por un funcionario de la época alrededor del año 1.000 a.c. y esta dedicado a la divinidad hindú de Siva.

La traducción al español de su nombre, viene a significar algo así como "Ciudadela de las Mujeres", por lo que otra teoría, es que este magnífico templo, podría haber estado diseñado por una mujer.

A pesar de lo temprano de la mañana, la humedad del ambiente selvático donde se encuentra este templo, se hizo sentir sobremanera.

Buscando refugio, encontramos un sendero que indicaba un recorrido a lo largo de un lago con miradores alrededor de la zona temática del templo, y decidimos pasearlo a ver qué ofrecía.












El supuesto lago, era un cenagal, en el que las aves que aparecían en los carteles, eran las únicas que se veían. Allí no había nada que ver, salvo basura y un montón de chiquillos, sucios y descalzos, que se colaban entre la maleza a ese templo, con intención de intentar endosar a los turistas postales y chorraditas, que transportaban enrolladas en sucios arapos, dentro de sus bolsitos, supuestamente para ir a la escuela.
No daban mucho "la lata", pues eran tan pequeños de edad, que después de preguntarte un par de veces si les comprabas algo, se distraían entre sus juegos y bromas, y se dispersaban persiguiéndose los unos a los otros, entre saltitos y carreritas.

Al terminar el circuito por el que conducía el sendero, como siempre, pasas por unas tiendas estratéjicamente colocadas y de ahí, al parking, donde San Om aguardaba tumbado en el carro del Tuk Tuk a que llegásemos para continuar con nuestra exploración entre los maravillosos templos de Angkor.



sábado, 10 de diciembre de 2011

La noche de Siem Reap

Cuando, ya cansados, de tanto caminar bajo el sofocante calor, y de tanto templo, decidimos terminar la visita por el día de hoy, le comentamos a Sam Om que queríamos volver ya a la ciudad.
Él con su eterna sonrisa en la boca, se ofreció para esta noche sacarnos a pasear en su Tuk Tuk por la zona de bares de Siem Reap.
Todo un halago por su parte que nos confundiera con jovencitos de los que pierden su tiempo en esas latitudes del mundo en borracheras, fiestas y demás. Aunque nosotros lo respetamos, preferimos dejar esas fiestas para casa y aquí, descansar para estar con fuerzas de seguir aprovechando el poco tiempo que nos brinda la vida, para ver todo lo que podamos.

De todos modos, le dijimos que discotecas no, pero que si conocía algún restaurante donde cenar comida típica camboyana, y tomar alguna copita, lo invitaríamos.

De camino al hotel, tramamos un cambio de planes para el último día, que después de hablarlo con el joven encargado del hotel, parecía que no íbamos a tener problemas, ya que según nos respondió, teníamos pagado el Tuk Tuk, o sea, que fuésemos dónde quisiésemos...ya llegaremos a ese punto.
Como quedamos con Sam Om, en el camino de vuelta, en el que tubo la diligencia de hacer una parada en un supermercado, en el cual coincidimos de nuevo con el chico español de los tatoos para conversar otro ratito, y después de la duchita correspondiente, nos vino a recoger, y nos llevó al restaurante que él decidió.
Nos dejó en un local, que estaba casi haciendo esquina, en la embarrada calle del hotel con la carretera asfaltada principal de Siem Reap
Una simpatiquísima jovencita nos atendió, y desde que vimos la manera en la que se despedía de Sam Om, que se ahorró el mal rato de cenar con nosotros, alegando que iba a su casa a ducharse, intuimos que "algo habría entre ellos dos".

Durante la cena, como no habían más comensales, tuvimos la oportunidad de interactuar y charlar, tanto con la chica, como con el dueño del restaurante. De ella, confirmamos que no solo tenía "algo" con Sam Om, hacía poco que se habían casado. Y del dueño, que era un hijo de emigrantes chinos, que habían llegado a Camboya hacía treinta años buscando una vida mejor. Por espacio de un par de horas, estuvimos intercambiando nuestros tan diferentes puntos de vista acerca de la vida.
Al terminar de cenar, la chica llamó a Sam Om por teléfono, a pesar de que le dijimos que no lo hiciese, pues lo que queríamos hacer era pasear por las tres calles principales donde se halla el Mercado Nocturno de Siem Reap, que estaba a tan solo dos minutos caminando. Tuvimos que esperar un buen rato, pues el pobre de Sam Om, se había quedado dormido.


Al llegar, con su mujer de intérprete (mientras le regañaba para que estudiara y aprendiera un poco más de inglés), le explicamos nuestra idea, y él, sonriente como siempre, nos dijo que nos esperaría en el restaurante, donde su joven esposa, ya le estaba sirviendo algo para cenar.



Un dato: Cena de dos platos para dos, dos tés helados y dos mojitos, ¡6´5 USD!

Nada más comenzar a pasear, justo llegando a la esquina con la calle principal, nos sucedió la anécdota más desagradable que recordamos en Camboya, pero la que nos dio la imagen más real de la miseria y la pobreza de gran parte de la población camboyana.
En la zona de calles principales, hay muchísimos "parias", amputados, mujeres y niños que viven en la más absoluta de las indigencias.
A nosotros, como a cualquiera, eso nos parte el corazón, pero como nos ocurriera el año pasado en el Barrio Tibetano de Chengdú, intentamos pasar lo más desapercibido posible de ellos.
Una mujer joven, desde que nos vio aparecer, comenzó a perseguirnos a toda velocidad. Chillaba e intentaba llamar nuestra atención agarrando a Marijose para que mirara algo que tenía en los brazos.
Yo le decía a Mari que no la mirase, que pasara de ella, pues como le diese algo, se nos iban a tirar todos los demás encima. Ella no pudo evitarlo y la miró.

Entonces, se me agarró fuertemente del brazo mientras me dijo con la voz y el corazón quebrados: ¡Es un niño, Pedro! ¡Está pidiendo comida para él!...y me hizo mirar a mi también.
A ver la imagen brutal de esa mujer que chillaba como una desesperada y la del desnutrido bebé, de uno o dos meses de vida, con aspecto de estar medio muerto, por mucho que quisiese ser fuerte, me desarmó por completo.
¡No grites más y dime lo que quieres! le dije a la chica en tono alto, mientras miré con fastidio a Mari, pues le había advertido que no hiciese caso a los pedigüeños, pues sé lo blanda que es, y lo que es peor, lo blando que me hace ser a mi cuando la veo triste...
Con un inglés más que aceptable para su estatus social y con la señal de comida, llevándose los dedos a la boca, y mostrándonos el biberón vacío, la joven madre nos hizo saber que necesitaba alimento para su bebé. La condujimos hacia el supermercado donde habíamos parado a la vuelta de los Templos de Angkor, y la dejamos que escogiera la leche materna que más le gustara. Por supuesto, eligió la más cara (18 USD). Eso y alguna otra bobería para que el bebé comiese fue lo que le pagamos, de otro modo, los remordimientos de conciencia no nos hubiesen dejado vivir.
Al salir del extraño y carísimo supermercado, donde lo que nos llamó siempre la atención es que los precios estuviesen marcados en Dólares Americanos, no en Rieles Camboyanos, la chica, con voz llorosa y entrecortada, nos despidió con un simple pero contundente Thank you! A lo que le respondimos igual de escuetos, da de comer a tu hijo y esperamos que tengas mejor suerte en la vida.
Muchos durante el viaje, al hablar de la pobreza en Camboya, nos dijeron al comentarles este episodio, que lo que hay que hacer en estos casos, es abrirles la leche, pues seguramente, la chica volvería a la tienda a revendérsela. No sabemos si eso cierto o no, deseamos que no haya sido así, pues cuando recordamos ese momento, sinceramente, se nos encoge el corazón.

Con este suceso, que nos dejó con mal cuerpo, avanzamos unos pocos minutos más hasta las tres calles que hacen un dibujo triangular, donde se concentra lo que se supone que es el centro "turístico nocturno" de Siem Reap.

Lo que vimos allí, es el mismo escenario rancio y de mal gusto, por lo menos para nuestros ojos, que hemos visto en muchas de las ciudades asiáticas que hemos visitado hasta hoy, tipo Yangshuo, Pekín, Shanghai, BangkokHo Chi Min etc.
Se cierra al tráfico esas calles, y se monta un tenderete de seudo-restaurantes y locales, cada uno con música tecno con el volumen más alto que se pueda, donde turistas europeos, americanos, australianos, etc, se sientan y toman todo tipo de bebidas alcohólicas, mientras una marea incensante de conductores de Tuk Tuks, vendedores de todo tipo de "chatarrita", jovencitas buscando ligue (y dinero fácil), o simples indigentes, los acechan y acosan, para ver qué es lo que se puede sacar de esos "Dólares con patas".
Es duro decir ésto. Pero no hay más. En estos lugares, los extranjeros se "despendolan" y los locales se "buscan la vida", así de simple.

Dimos solo vuelta alrededor de las calles, donde lo único curioso que vimos que nos llamó la atención, son los últimamente famosos puestos con peces limpiadores que se supone, y así lo venden, te hacen masajes, pero que aquí, no como en Tailandia, no son los originales peces Garra Rufa, sino con otro tipo de pez, una especie de cíclido, supongo que del cercano lago Tonlé Sap, al que mantienen tan muertos de hambre, que seguramente sea por eso, que se atrevan a acercarse a mordisquear la piel de los turistas que sumerjan, por un módico precio, algún miembro dentro de esa infecta agua de acuario.
Para los que me conocen recordárselo y para los que no, comentar, que hace muchos años que soy un apasionado acuarófilo y que enlazado a nuestros Blogs de viajes, tengo otro dedicado a mis peces, que desde aquí os sugiero una visita: Pez Disco Tenerife.

Con bastante "asqueo" del sitio y cansados ya de la cantidad de gente que cada cinco metros te va abordando ofreciéndote algo, que si Tuk Tuk, que si juguetes, que si ropa de imitación, que si te sientas a beber en su bar, que si quieres comer...y después de localizar el Mercado Nocturno, que es solo eso, un mercado, decidimos desandar el camino para ir al encuentro de Sam Om y que nos regresara al hotel, para descansar y estar en forma para mañana la siguiente ronda de templos.
Al llegar al restaurante, Sam Om, cambiado de ropa por una un poco más elegante, supongo que ante la espectativa de nuestras ganas por salir de copas, y su joven esposa, se "hacían carantoñas". Él, raudamente, se ofreció para llevarnos de excursión por unas calles muy afamadas y recomendadas por las guías de viaje para la "marcha nocturna", pero ante su cara de incredulidad, declinamos su oferta. Quizás algo decepcionado, nos trasladó al hotel, donde unos pocos dólares de recompensa, como acostumbramos a hacer cuando alguien se porta bien, le devolvió de inmediato la sonrisa y cara de agradecimento.
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