domingo, 4 de diciembre de 2011

Los templos de Angkor. 5ª parte. ANGKOR WAT.

Pues para ver con nuestros propios ojos esta maravilla, es para lo que habíamos venido expresamente a Camboya.

Paso inicial sobre el foso de acceso al templo de Angkor Wat.

Y damos fé, de que valió la pena.

La sensación de enanismo que te produce este majestuoso conjunto de estructuras dedicadas al culto religioso, construida, ahí es nada, 2.800 A.C., da toda una idea de lo avanzado de esta cultura, solo comparable a otras de las tallas de la Egipcia o de la Maya, en los otros confines del mundo y del tiempo.
  
Uno se pregunta cómo pudieron estos tíos, construír ésto, en aquellos tiempos y con aquellos medios.
 Es una auténtica pasada. 

El recinto es una enormidad.

Solo el primer paso elevado, que atraviesa por encima a un gigantesco foso de agua, de casi 200 metros de ancho y que rodea al templo, con unos 6 kilómetros de longitud, y que da paso hasta los impresionantes muros de la puerta principal, adornados con magnificos relieves, te deja con la boca abierta.
Como siempre, muchísimos niños jugando, bañándose en las aguas del foso, o simplemente dándonos una simpática conversación para intentar endosarnos alguna de su mercadería. En concreto uno, con una cara de pillín que no podía con ella, que con su pequeña caña de pescar en mano, nos llamaba a gritos diciéndonos con cara de asombro: "BIG FISH! BIGH FISH!" y nos señalaba un enorme pez moribundo que flotaba en la superficie de la contaminda agua del foso.
  
Una vez cruzas el asombroso paso a nivel de la entrada y penetras en el recinto, te encuentras con otra avenida elevada, flanqueada por enormes y gruesas barandillas de piedra, de casi 500 metros de longitud y casi 10 de ancho, que te conduce hasta la parte central del templo.

Mientras avanzas por ese pasillo, con la impresionante visión de las tres torres al fondo, que por más que las ha visto uno en televisión, no es capaz de imaginar la magnitud que tienen, vas deleitándote con las sublimes imágenes que ofrecen los estanques laterales, en los que hay varias edificaciones religiosas y una vegetación tan impresionante como la de la propia selva.
El interior del templo, es tal y como lo esperas después de haber atravesado por la magnificencia de las avenidas de las entradas. Es sublime y grandioso.

Tiene tres plantas o niveles, llenas de bajorrelieves muy famosos, que narran batallas, escenas de cielo e infierno, y la más famosa de todas, El Batido del Océano de Leche, que narran pasajes de la religión hindú.
En el segundo y tercer nivel del templo, están las torres. Las de los lados miden unos 31 metros de altura y la central unos 55.
Todas, tienen en las cúpulas unas formas, que imitan ser capullos de loto.

Se puede subir a ellas, a través de unas empinadas escaleras de madera, pero nosotros tuvimos la mala suerte de que llegamos y estaba cerrado por temas de limpieza y mantenimiento.
Así que ese día nos tuvimos que conformar con ver el atardecer desde los estanques, que no lo desmereció para nada, pero nos dejamos como objetivo el volver otro de los días que nos quedaban en Angkor, para verlo desde lo alto.

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