domingo, 11 de diciembre de 2011

Los templos de Angkor. 6ª parte. El Banteay Srei.


Como de costumbre, madrugón espontáneo.
Sobre las 6 a.m. nos despertamos y tuvimos que hacer tiempo duchándonos y preparando las cámaras de fotos y vídeo hasta que abrieran la cocina para bajar a desayunar.
Yo salí un poco antes, con intención de averiguar si ya estaban los chicos del hotel despiertos y de recuperar nuestro calzado.

Como curiosidad, hay que comentar que tanto en las casas, como en los restaurantes o en los hoteles de Camboya, hay que descalzarse. Nada más salir de la habitación, me los encontré durmiendo acurrucados en las esquinas de los pasillos de madera.

El único que se encontraba despierto, era el jovencito encargado del hotel.
Él, despeinado, sin camisa, y con cara de sueño, con aspecto de todavía no haber tenido tiempo del aseo matutino, me sonrió, y corrió hacia mí y se me abrazó como si me quisiese de toda la vida.
Lo que se rió Marijose al ver mi cara de asombro con tal muestra de esfusividad y lo cómico de la escena, pues el chico no me llegaba ni a la altura del pecho.
 


Realmente no sabemos qué es lo que tengo, seguramente que no soy el típico turista rubio de ojos azules europeo o americano, tengo demasiada pinta de "isleño canario", y puede que sea mi aspecto "un poco pueblerino" lo que les llama la atención, pues tanto en estos tres países que visitamos, como el año pasado en China, cuando nos veían aparecer con algún grupo de turistas, siempre se querían fotografiar conmigo.

Después de nuestro desayuno de herencia francesa, compuesto por café con leche y bagette con quesito para untar y revuelto de huevo, nos reencontramos con Sam Om para reanudar la ruta por los templos de hoy.

Ese día decidimos ir lejos, a unos 20 kilómetros, para empezar el recorrido por uno de los templos que nos recomendó por su belleza el joven encargado del hotel, El Banteay Srei.
El camino de más de una hora en nuestro remolque-moto, nos sumergió de nuevo en la realidad de la vida cotidiana de Camboya y su extrema pobreza, a las orillas de sus rojizas carreteras de tierra.

La visión de tantos niños pequeños, jugando casi desnudos, sólos, porque seguramente sus padres estarían intentando ganarse la vida fuera, con los hermanos mayores, los de cinco años más o menos, cargando en brazos a los bebés, fue demasiado dolorosa para nuestros ojos.
 A lo largo de la travesía también, nos fuimos encontrando con muchísimos colegios en los que en sus puertas principales se habían colocado carteles en inglés, en los que se hacia mención a fundaciones benéficas de las que dependían.
Después, en muchos de los templos, te encontrabas con niños y niñas uniformados de escolares, recaudando dinero a través de la caridad de los turistas, para esas fundaciones.

El Banteay Srei, es uno de los templos más apreciados y singulares de Angkor.
No es un templo enorme, como en la mayoría de los casos, en el que haya que desfondarse subiendo enormes y empinadas escaleras.

Todo lo contrario.
Es un templo de dimensiones muy modestas, en el que solo hay un nivel, a ras de suelo, por el que pasear a lo largo de las puertas y estancias del mismo.















Eso sí, la roca de color rosáceo con la que se construyó este templo, más los infinitos grabados, relieves y bajorrelieves, las incrustaciones, tallas y demás elementos decorativos que hay a lo largo de todo el templo, le confieren un aspecto impresionante.


   
Este templo también es único, en el sentido de que es de los pocos, según se ha descubierto, que no fue mandado a construir por un rey, sino por un funcionario de la época alrededor del año 1.000 a.c. y esta dedicado a la divinidad hindú de Siva.

La traducción al español de su nombre, viene a significar algo así como "Ciudadela de las Mujeres", por lo que otra teoría, es que este magnífico templo, podría haber estado diseñado por una mujer.

A pesar de lo temprano de la mañana, la humedad del ambiente selvático donde se encuentra este templo, se hizo sentir sobremanera.

Buscando refugio, encontramos un sendero que indicaba un recorrido a lo largo de un lago con miradores alrededor de la zona temática del templo, y decidimos pasearlo a ver qué ofrecía.












El supuesto lago, era un cenagal, en el que las aves que aparecían en los carteles, eran las únicas que se veían. Allí no había nada que ver, salvo basura y un montón de chiquillos, sucios y descalzos, que se colaban entre la maleza a ese templo, con intención de intentar endosar a los turistas postales y chorraditas, que transportaban enrolladas en sucios arapos, dentro de sus bolsitos, supuestamente para ir a la escuela.
No daban mucho "la lata", pues eran tan pequeños de edad, que después de preguntarte un par de veces si les comprabas algo, se distraían entre sus juegos y bromas, y se dispersaban persiguiéndose los unos a los otros, entre saltitos y carreritas.

Al terminar el circuito por el que conducía el sendero, como siempre, pasas por unas tiendas estratéjicamente colocadas y de ahí, al parking, donde San Om aguardaba tumbado en el carro del Tuk Tuk a que llegásemos para continuar con nuestra exploración entre los maravillosos templos de Angkor.



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