domingo, 29 de enero de 2012

La Pagoda del Emperador de Jade (3ª parte).

Mientras tomábamos unas fotografías de la Catedral de Notre Dam, comenzó a llover, así que buscamos refugio en una de las cafeterías que hay en la zona.


Por probar, pedimos unos cafés vietnamitas, ya que el café de Vietnám tiene fama mundial.
Nosotros tomamos bastante café habitualmente, pero no somos expertos, por eso, nuestra opinión es que aparte de una forma singular de servirlo, es que es demasiado fuerte para nuestro paladar. Dejémoslo así.

Encima de la taza, colocan un pequeño recipiente de aluminio, lleno de café molido y agua caliente. Por gravedad, lentamente van cayendo las gotas del café a la taza.

En un minuto o así, retiras el recipiente metálico y ya puedes degustar tu café vietnamita.

En la carta de la cafetería, vimos que ofrecían el conocido "café de nutria", lo que nos provocó la risa. Si no lo habéis oído, nosotros os lo explicamos.

Cogen a un bicho parecido a un mapache pequeño, y lo "inflan" a comer granos de café.
Cuando el animalito defeca, la caca sale llena de granos de café semidigeridos, así que usan la "cagarruta", tal cual,  para elaborar su único e increíble (y carísimo) "café de nutria", que según ellos, es lo mejor de lo mejor...¡Como para tomar infusiones "de caca de bicho" vinimos hasta aquí! ¡Lo que hay que hacer para poder ser un Snob!...

Desde que paró la fina lluvia, salimos caminando en busca de nuestro siguiente objetivo: la Pagoda del Emperador de Jade.
No es que fuera el sitio más famoso de la ciudad, pero nos llamó la atención cómo la describían en la guía, y además, no parecía estar lejos de donde estábamos.

Nos costó un poco ubicarla, ya que estaba situada en unas calles que se salían un poco de las principales, en las que una multitud de restaurantes y puestos de comida local, se encontraban abarrotados de gente del país, con pinta de ser trabajadores de la zona, que aprovechaban su descanso para el temprano almuerzo.

Por unos momentos pensamos en comer allí mismo, pero el ver las señoras de los restaurantes, como lavaban los platos y cubiertos en unas sucias palanganas, con agua que parecía recogida de cualquier sitio infecto, nos "echó para atrás".

No sin dar unas cuantas vueltas pasando por delante de la entrada de la Pagoda sin verla, la encontramos por fin, y según pasamos dentro, comenzó a llover con ganas.


Esperamos y esperamos, por espacio de unas dos horas, sin nada que hacer, y no paraba de llover. Parecía que cada vez lo hacía con más fuerza, y el calor húmedo se hacía por momentos insoportable. Y tampoco es que la Pagoda requiera mucho tiempo, pues ya habíamos visto tantas en China...

Cuando nos hartamos de tanta espera, nos pusimos los chubasqueros y nos dirigimos a la salida, pero...¡el espectáculo que teníamos delante de nosotros era increíble!
La entrada y toda la calle, se habían inundado por completo, como con medio metro de altura de agua sucia.
La gente caminaba por la calle con mucha dificultad, con el agua por encima de las rodillas.
Muchas cucarachas y otros insectos flotaban moribundos y allí estábamos nosotros, impotentes, sin poder hacer nada.
Marijose estaba calzada con unas cholas todoterreno, pero yo con zapatos de caminar, así que le pedí que se remangara los pantalones y se metiera en el agua, mientras yo me descalcé para seguirla y no cortarme o hacerme daño. A ella no le hizo mucha gracia meterse en ese agua ( por lo de los bichos ), pero si queríamos salir de allí, no teníamos otro remedio.

Caminamos un buen rato bajo la lluvia, yo descalzo, por la calles de Ho Chi Minh, era muy divertido ver las sonrisas de la gente cuando pasaban al lado nuestro y se burlaban de nuestra situación, hasta que divisamos una tienda de zapatos, y de esa guisa entramos. Mari regateó con las empleadas y me consiguió unas buenísimas cholas por unos 5 € al cambio, así que ya calzado, a pesar de la lluvia, proseguimos con nuestro paseo.

Encontramos un bonito restaurante de comida al estilo italiano, con un pequeño escenario, donde hacían actuaciones en vivo por las noches y nos explicaron que esa misma noche, harían un baile "flamenco", entramos empapados, mojándolo todo.
Los chicos del restaurante, se encargaron de recoger nuestros chubasqueros y tenderlos sobre unas motocicletas que tenían aparcadas en la entrada y allí pasamos unas cuantas horas delante de un agradable almuerzo, contemplando el fuerte aguacero desde la ventana, que no cesaba.

jueves, 26 de enero de 2012

La Catedral de ¿Notre Dam? (2ª parte).

Con prisas para que no nos pillara la lluvia, encaminamos nuestros pasos hacia un punto de la ciudad que nos hacia muchísima ilusión ver.


Era una de las metas que nos habíamos marcado, como punto imprescindible a no dejar de visitar, desde antes de emprender este viaje.

Por momentos, el aire se volvió más húmedo y caluroso, y comenzábamos a sentir diminutas gotas de agua flotando en el ambiente, que lejos de resfrescar, hacían todavía más pesado e insoportable el clima.



De repente, una mujer occidental, de largo, oscuro y rizado cabello, se dirige a nosotros, con un marcado e inconfundible acento argentino:

- ¡Eh chicos! Os doy a dar un consejo -
y señalándome la cámara de fotos, que llevaba colgando de la mano, prosigue:

- ¡No llevéis la cámara así! Aquí son expertos y mundialmente conocidos por venir por detrás con la moto y dar tirones -. ¡Ok, muchas gracias por la advertencia! Se agradece -.




La verdad es que algo habíamos leído, pero andábamos tan confiados que ni se nos había pasado por la cabeza que nos pudiese suceder algo así. De todos modos, a pesar de que incluso estuvimos paseando a la noche por las orillas del río, donde por lo visto son más frecuentes esas cosas, tenemos que decir, que nosotros por lo menos, sentimos total seguridad en toda la ciudad.


Según se despidió la mujer, y volvimos la mirada al frente, allí aparecieron las dos torres de piedra rojizas, terminadas en una especie de cúpulas piramidales de color gris, rematadas con sus cruces de acero negro.

La Catedral de Notre Dam...pero la de Ho Chi Minh.


Nos dio otro de los grandes "subidones" por poder estar allí, y haber cumplido otro de nuestros sueños, al estar tan lejos de nuestra casa, contemplando ese detalle tan original, de tener una copia, versión asiática, de la verdadera Catedral Parisina de Notre Dam.



Claro, después vienen las odiosas comparaciones.
Que si las torres de ésta solo tienen 40 metros de altura por 69 de las originales, que si carece de las vidrieras barrocas o de las gárgolas, que si una es de estilo gótico y la otra neo-románica...
bla bla bla, lo cierto es que sí que tiene un parecido razonable.


Hay que tener en cuenta, y lo repetiremos siempre a lo largo del blog, que cuando aquí, en Asia te quieren vender algo como la copia de, o la versión de, no esperes algo exacto, o ni tan siquiera muy parecido al original.

Las copias o las imitaciones, son lo que son.
Sin más.


La catedral es muy bonita, y desde luego es algo que no "pega" en el lugar del mundo en el que está, pero la influencia francesa se puede sentir allí, cada vez que tropiezas con los edificios de ese estilo que están repartidos en varios puntos de la ciudad, y que son sus símbolos, entre los futuristas y modernos nuevos edificios de estilo asiático, y la forma de moverse y comportarse de sus paisanos.


miércoles, 25 de enero de 2012

El Ben Thahn y el Teatro de la Ópera de Ho Chi Minh (1ª parte).

Antes de nada, aclarar más o menos, no exactamente del todo, pero para que se entienda, pues hay mucha discusión con el asunto del nombre de la ciudad, y ya que nosotros lo teníamos confundido, que a la ciudad Saigón, no es que se le haya cambiado simplemente el nombre por el de Ho Chi Minh.

Saigón, era el nombre de la ciudad en tiempos de la colonia francesa de Conchinchina, y pasó a ser la capital de Vietnam del Sur, después de conseguir la independencia.
Cuando en 1975, por fin, Vietnam del Norte ganó la guerra y anexó toda la zona a su territorio, se le dio el nombre de Ho Chi Min, y hoy en día, popularmente, se conoce como Saigón a la zona centro de la ciudad, más o menos a lo que es la zona del Distrito 1.

Rotonda del mercado Ben Thahn.
El lunes 10 de octubre de 2011, nos levantamos temprano, para salir en busca de las principales atracciones para los turistas de la ciudad de Ho Chi Minh.


Solo con dar unos cuantos pasos por las calles, rápidamente caes en porqué esta ciudad es designada como la capital mundial de las motocicletas. ¡Es una pasada! Contemplar las carreteras atestadas de motos de pequeña cilindrada, que se mueven por miles en todas las direcciones, zumbando como si estuviésemos dentro de una colmena de avejas, es de lo más impactante.

 Al atravesar la zona de mochileros por el día, descubrimos una gran cantidad de agencias y de operadores turísticos, al estilo de casi todas las ciudades asiáticas, así que entramos, sólo por curiosear, en la que se nos ocurrió, y nos resultó tan bien de precio y nos proporcionaron un cambio mucho mejor de lo esperado por nuestros euros, que allí mismo, dejamos apalabrado para la mañana siguiente, irnos de excursión unos días a la zona del Delta del Mekong.

Entrada principal al mercado Ben Thahn.
Seguimos callejeando en dirección al centro, guiados por nuestro mapa de la guía, hasta que nos tropezamos con una imagen, que ya habíamos visto antes en el espacio de algún que otro bloggero, la rotonda que da al popular mercado de Ben Thahn, que es fácilmente reconocible por la torre de la entrada principal, con su campanario y un enorme reloj.
  
La noche anterior había llovido bastante, por lo que la mañana estaba de lo más insoportable por causa de la dichosa humedad y calor del clima asiático, así que decidimos ya, entrar en busca de refugio y algún refrigerio al mercado.
Para ello, nos costó un poquito cruzar entre el tráfico, ya que aún, no le habíamos pillado el "puntito" a esa locura motorizada vietnamita, llamada circulación.

Nada más entrar en el mercado, las chicas que allí trabajan, comenzaron a "atacarnos" para captar nuestra atención como posibles clientes, era simpático y gracioso, que llegaran hasta a agarrarnos de los brazos para que no escapáramos, ya que hasta ahora, en otros países asiáticos que habíamos estado, como China por ejemplo, el contacto físico, no es lo normal. De todos modos, a pesar de los agarrones, las chicas eran muy simpáticas y no molestaban mucho cuando veían que no les íbamos a comprar nada.


En uno de los puestos del mercado, nos tomamos unos Ice Coffes deliciosos, que cumplieron a la perfección el papel reparador que buscábamos, y después de deambular un rato el Ben Thahn, nos volvimos a la calle, en busca de más cosas que ver.


En la rotonda que está frente al mercado, hay una famosa estatua del héroe local Tran Nguyen Han, del que se dice, fue el primero en usar palomas mensajeras en Vietnam.

Un ratito caminando por la calles, sorteando muchas más motocicletas en las intersecciones (y a algunas que circulaban incluso por las aceras), llegamos al famoso Teatro municipal o Teatro de la Ópera.
Un edificio colonial, elegante y recientemente restaurado.


Allí, mientras lo fotografiábamos, oímos unos truenos, que hacían un mal presagio y que nos preocuparon.
Rápidamente salimos a la carrera en busca del edificio que más deseábamos ver de la ciudad...

Teatro municipal o de La Ópera.


martes, 24 de enero de 2012

"Phan Ngu Lao". La zona mochilera de Ho Chi Minh. Nuestra llegada.

Después de investigar un poco el mapa de nuestra guía, nos dimos cuenta de la suerte que habíamos tenido, ya que el bus, nos había dejado en un parque que está justo un par de calles más arriba de la zona de los mochileros, aquí llamada Phan Ngu Lao.

Uno de los espectaculares edificios de Ho Chi Min en la noche.
Salimos caminando en dirección a esas calles y en poco tiempo comenzaron a sucederse ante nuestros ojos, los "chiringuitos" de "marcha" nocturna, centro de atracción para los turistas occidentales, típicos en toda Asia.
Unos pocos occidentales veinteañeros, (y de algunos que no lo son tanto), perdiendo tiempo y dinero, en unos cuantos locales bastante "cutres", con la estridente música técno a todo volumen, mientras una multitud de jóvenes locales, intentan sacar unas "migajas" de todo este "rollo".
A nosotros dos por lo menos, no nos gustó nada este ambiente, en el que detectamos cierto "tufillo sórdido", típico también en este tipo de zonas de las ciudades de los países asiáticos. Pero eso es porque ya, vamos "chirriando" a viejo, y hemos visto algunas cosas algo "más sofisticadas", por así decirlo, en otras partes del mundo, tipo Amsterdam.
Como de costumbre, dejar claro que ésto es solo una opinión muy personal.

En mitad de esa cuadra de calles, en pleno "meollo" mochilero, mientras buscábamos el hotelito que habíamos usmeado desde el Pc de Kaeo en Camboya, nos asaltó una señora, preguntándonos si buscábamos alojamiento.
Se presentó a si misma, como Madame Cuc, de la que habíamos leído algo en nuestra guía, de camino aquí.
Mari, cansada por el viaje y un tanto harta de que cada dos pasos nos pararan ofreciéndonos algo, confundiéndola con alguna vendedora de "chucherias", le hizo un pequeño desplante y siguió su camino, a lo que la señora respondió de malos modos, recriminándole cosas en su idioma, con mucha mala leche. A mi, me dio la risa, pero curiosamente la señora no se enfadó conmigo. A mi, me sonreía, pero luego se volvía en dirección a Mari y retomaba su retahíla de improperios.
Entonces, ya nos dio la risa a los dos, y casi nos "desternillamos", por lo que nos despedimos de la enfadada señora y seguimos buscando.

Calle Phan Ngu Lao en la mañana, donde nos dejó el bus de noche.

Cruzando la calle que sobrepasa la zona de mochileros, a pocos metros de ella, encontramos lo que buscábamos. El nombre del hotel en un cartel.
Por la fachada del edifico, parecía que dejaba claro la categoría del hotel.
Con la recepcionista, una joven y bajita vietnamita, tardamos un rato en poder entendernos, ya que su acento era casi incomprensible para nosotros, y viceversa.
Después de un ratito de risitas, nos mostró una habitación, que no estaba nada mal para lo que se adivinaba desde la calle, así que nos la quedamos.
Esa misma recepcionista, después de la necesaria ducha, se encargó de cambiarnos unos pocos Euros por Dongs para que pudiésemos salir en busca de cena.

Totalmente agotados, retornamos a la cercana zona de mochileros en busca de comida. Se nos antojó un poco complicado, ya que lo que abunda allí, a parte de los bares y terrazas en la calle, son agencias de excursiones y viajes, que algunas aún permanecían abiertas, y todo tipo de negocios dedicados al turismo.
El haber llegado a un nuevo país, sin haber investigado mucho o más bien nada, acerca de la comida, tampoco ayudó mucho, así que nos metimos en el primer restaurante con buena pinta que encontramos abierto y que a pesar de la hora, accedieron a atendernos.

Pedimos pasta al estilo italiano, y arroz con pollo, o eso ponía la carta.
Al poner los cubiertos en la mesa, los de Mari venían llenos de hormigas. El cuenco de arroz que nos pusieron, estaba lleno de mosquitos de color verde...pero había hambre, llevábamos todo el día con un paquete de galletas, así que eso eran minucias, y la comida nos supo a gloria.


sábado, 21 de enero de 2012

Destino: Vietnam.

De Siem Reap a Ho Chi Minh.

La agotadora jornada en la que pusimos rumbo hacia el siguiente país, objetivo principal de este viaje, Viet-Nam,  comenzó a las 05:45 de la mañana, con los últimos ajustes y preparativos de las mochilas.
Como una hora más tarde, nos aguardaba un minibus en la puerta del hotel, para llevarnos hasta la estación principal de autobuses de Siem Reap.
Hasta la puerta del minibus, se acercaron nuestros amigos, Kaeo y Sam Om, para darnos sendos y efusivos abrazos de despedida. - ¡Ojalá que volváis! - nos dijo Kaeo, - ¡Ojalá volvamos a verlos! - les contestamos nosotros.


Como siempre, el trayecto en autobús, nos resultó pesadísimo.
Recordamos haber visto a una pareja de españoles a bordo, que no nos dirigieron palabra alguna, (ni nosotros a ellos tampoco, que la verdad sea dicha) y a nuestro lado, una simpática pareja de mayores, de Indonesia, que no pararon en todo el camino hasta Phnom Penh, de hacernos preguntas acerca de Barcelona y de nuestras islas Canarias.

La llegada a la ciudad de Phnom Penh, fue bastante caótica.
El conductor, preguntó uno por uno a los pasajeros que íbamos en la guagua, hacia dónde nos dirigíamos. A los que respondimos que a Ho Chi Minh city , nos señaló a unos señores, que se abalanzaban y se zarandeaban entre la multitud, colocando desde fuera en los cristales, cartones con nombres de personas escritos.
Entre esos cartones, leímos el nombre de Pedro Antonio, mal escrito, pero entendible, o sea que hacia el chico que lo portaba nos dirigimos y hablamos con él. Efectivamente, nos buscaba a nosotros, así que nos colocó en un Tuk Tuk junto con nuestras mochilas y nos condujeron hasta una oficina en algún lugar del centro de la ciudad.

Eran las 13:45 horas, y el "dulce" muchacho que trabajaba en la oficina y que nos atendió, nos dio conversación.
Él insistía en que cambiásemos el billete del autobús para mañana o pasado, para que visitásemos su ciudad, y nosotros amablemente le indicábamos que teníamos los días contados para nuestra estancia en Viet-Nam.
No era verdad del todo, pues en realidad, a pesar de que sí que habían cosas que hubiésemos podido visitar en Phnom Penh, teníamos nuestros motivos, que aquí no vamos a citar, para no desear ver esa ciudad.

Pasaba el tiempo y nosotros sabíamos que nuestro nuevo autobus partiría a las 15:00 horas, y los chicos de la oficina, seguían sonriéndonos y dándonos conversación.
No creemos que fuese casualidad. Descaradamente, estaban haciendo tiempo para que perdiésemos el autobús y nos quedásemos en la ciudad, con lo que ello conlleva, que si una noche más de hotel, que si te alquilo un Tuk Tuk para visitar la ciudad...
Cinco minutos antes de las tres, Mari se agarró un "mosqueo" monumental y de esa manera, le preguntó al "amanerado" muchacho, directamente y sin rodeos, que si estaba haciendo adrede que perdiésemos el autobus, que salía en cinco minutos.
Al ver nuestro enojo, rápidamente llamaron por teléfono a la estación de buses y a un taxi para trasladarnos hasta allí.
Con cara de circunstancias nos despidieron, pero jugaban una carta más.
El taxista conducía superlento y no hablaba nada de inglés, con lo que los intentos por pedirle que condujese más deprisa eran nulos.
Hasta que los dos nos enfurecimos. Así mismo, en español, comenzamos a vociferar en la oreja del taxista, que sin entender ni una sola palabra de nuestro idioma, comprendió que no nos estaban engañando...
El taxista, llamó por su teléfono (suponemos que a la estación de buses o a la oficina) y con cara de susto, nos asentía con la cabeza.

De repente, en una intersección paró. Nos señaló un bus express que tenía un cartel en el que se leía Ho Chi Minh, y con gestos, nos indicó que vendría otro y que nos recogerían allí.
Bajamos del taxi y nos preparamos con las mochilas a la espalda, pero en una acción muy buena de reflejos por parte de Mari, no dejó que el taxista se marchase como pretendía. Logró que entendiese, que hasta que apareciera la guagua, él no se iba a mover de allí.

Unos diez minutos después, el taxista con cara de desesperación, llamó nuevamente por teléfono. Habló con evidente tono de discusión con alguien, y cuando terminó, nos hizo señales de que todo estaba bien.

De repente, apareció nuestro bus. Iba casi lleno, un joven se bajó raudo y con prisas me ayudó a colocar las mochilas en la bodega. Con el mismo apremio, nos indicó que subiésemos y nos colocó en nuestros asientos asignados.
Por la ventanilla, observamos la más que evidente cara de alivio del taxista. Nos decía adiós con la mano, como pensando, ¡la que me acabo de quitar de encima con estos dos!

Sobre las 17:30 de la tarde, el viejo autobús, conducido "al estilo Asia" por su conductor, subió junto a otros buses y camiones, a "lomos" de un transbordador, y cruzamos por espacio de unos 25 minutos, el río Mekong.
Allí, contemplando las dos orillas, a bordo de nuestro bus, en medio del río, comenzamos a relajarnos de la tensión previa.

Justo antes de llegar a la frontera, el conductor, hizo la típica parada que se hace para comer y descansar un poco.
Con el día ya oscureciendo comenzó a llover y la humedad era insoportable, así que decidimos bajar y entrar al garito en cuestión para ir al baño y ver si había algo que pudiésemos comprar para comer.
El local, era enorme, con un montón de mesas llenas de comensales, y como con mil mosquitos por cada uno de ellos, pero debería ser algo así como un restaurante de moda, en el que las numerosas parejas se daban cita para cenar.
Los baños estaban al fondo del todo, al lado de la cocina, y para poder entrar en ellos tuvimos que remangarnos los pantalones y pisar con cuidado, pues el suelo estaba inundado y los olores eran de cuidado.
Yo salí antes que Mari, a la que le costó un poco más que a mi por razones obvias, y me dediqué a fisgonear y a preguntar en la cocina.
Había hambre, y cuando Marijose se unió a mi, estuvimos a punto de pedirnos alguno de los guisos que tenían en los enormes calderos de aluminio, pero en el último momento nos arrepentimos, no fuese aquello nos fuera a sentar mal al estómago, que tenía toda la pinta. Nos conformamos con un paquete de galletas que habíamos comprado unos días atrás en el supermercado de Siem Reap.

Las aduanas fronterizas, son un tremendo engorro y una pesadez supina.
Primero, no entendemos bien "su manera" de hacer las cosas. Sobre todo, con el asunto de los pasaportes. Un señor que no sabes quién es, pide y se lleva los pasaportes de todo el mundo. Se baja del autobús con ellos, mientras la gente, pregunta a voz en grito que a dónde se llevan nuestros pasaportes, y el conductor intenta tranquilizarnos.
Luego, te tienes que bajar, tomar tus mochilas, y hacer una cola, hasta que finalmente pasas por un garito, donde el señor te devuelve el pasaporte, y te hacen dejar las huellas digitales de todos tus dedos.
Eso es para salir de Camboya.
Cuando pasas caminando, unos metros más adelante, hay que hacer otra cola, para repetir el trámite, pero esta vez, para entrar en Viet-Nam. Vamos, ¡Un "ladrillazo"!

Bueno, después del astío que es la frontera, aunque sin ningún problema, también hay que decirlo, cayó definitivamente la noche antes de tomar de nuevo nuestro autobús y retomar la marcha. Esta vez, peor aún, pues ni siquiera, hay un paisaje que poder observar durante esas interminables horas.
Mientras Marijose dormía (como siempre, en cualquier sitio y postura, y a mí, la envidia me corroía, también como siempre), comencé a vislumbrar a través del cristal del bus, la diferente escritura vietnamita en los carteles de los negocios y la diferente fisonomía de las personas que aparecían ante mi "a través de mi pantalla", y comencé a sentir en el estómago un nuevo "subidón" de emociones.

Como a las 22:00, el bus se detuvo frente a un parque.
Última parada, nos dijeron. Y junto con los demás pasajeros, somnolientos y agotados por la paliza del viaje, nos bajaron en plena noche, totalmente desubicados.
Todos se preguntaban entre ellos, según iban recogiendo sus maletas, dónde estaban.
Yo me acerqué al conductor de bus, con mi guía en mano, y le dije que me señalara dónde nos encontrábamos. Él puso su dedo en el mapa, sobre un parque en mitad de la ciudad.

lunes, 16 de enero de 2012

Nuestro vídeo-resumen en el lago Tonlé Sap.

Parece mentira, pero ya vamos por el capítulo 3 de los vídeos, de nuestro viaje por estos tres países del sudeste asiático, Tailandia, Camboya y Viet-nam.
Hoy acabamos Camboya, con el vídeo resumen de nuestra maravillosa y enriquecedora experiencia en el lago Tonlé Sap, en el que descubrimos el asentamiento "flotante" de Kompong Phluuk y su bosque inundado.

miércoles, 11 de enero de 2012

Lolei, Preah Ko y Bakong, los Templos de Roluos.

Torres traseras en el templo Preah Ko.
Al poco de comenzar nuestra marcha, una vez que se hubo alejado del pueblo, Sam Om paró el motor del tuk tuk, se bajó y se volvió hacia nosotros con evidente gesto de haberlo estado pasándolo muy mal.
Con su precario inglés se intentó disculpar por todo lo sucedido. No lo dejamos.
Si acaso él tuvo algo de culpa, fue solo de tener miedo.

Subiendo el Bakong.
Nos quedó muy claro, que la actitud de la gente del lago cuando llegamos, así como la del barquero cuando le reclamaba el dinero, era avasallante e intimidatoria hacia él.

Para ellos, nosotros no éramos sino un meros objetos del que obtener algo de dinero y que Sam Om, un paisano suyo, tendría que estar obligado a facilitárselo.

Seguramente, hasta podría haber recibido una comisión por ello, pero con este gesto, junto a su cara de preocupación, comprendimos que nunca fue intención suya.

Le dijimos que para nosotros, él no tenía culpa alguna de que sus paisanos no "cuidasen" al turismo, que estuviese tranquilo.
El nos repetía que no quería que estuviésemos enfadados con él, que quería vernos felices.

Le dimos unas palmaditas en la espalda y le dijimos que estábamos muy contentos que él, y que no estábamos enfadados.

Escalando el Bakong.
Eso pareció tranquilizarlo. Entonces, nos propuso para ir de vuelta, hacer una parada en la pequeña población de Roluos, donde pararíamos para almorzar y visitar alguno de los templos pre-angkorianos de la zona, antes del volvernos al hotel, en Siem Reap.

Tomamos un desvío de la carretera principal para continuar con nuestro camino, atajando, según Sam Om, hacia Roluos, pero al caer en uno de los infinitos baches del camino de tierra, oímos un fuerte y sonoro "CRACK!" en una de las ruedas. Cuando miramos bien la rueda izquierda del tuk tuk, iba girando en muy malas condiciones, a punto de romperse del todo y dejarnos allí, en medio de la nada, "tirados".

Por suerte, pudimos continuar hasta un "chiringuito" donde pudimos hacer tiempo almorzando, para que Sam Om llamara al hotel, y le trajeran otro carro para cambiarlo.

Mientras almorzábamos en el peculiar restaurante, en el que si el que escribió las normas de sanidad hubiese comido allí, se hubiese llevado las manos a la cabeza, Sam Om, que como de costumbre, no quiso sentarse a la mesa con nosotros, quería hacernos un poquillo más "la pelota" para que olvidásemos del todo el incidente con el barquero del poblado, nos regaló unas mini-bananas muy dulces para el postre.

Como el carro del Tuk Tuk, se demoraba, hablamos con Sam Om, y nos fuimos caminando hasta un pequeño templo que divisábamos desde allí, que no estaba lejos y quedamos con él, en que cuando estuviese listo, nos recogiese allí.

Ese lugar es conocido como templo de Lolei.


En realidad, ese sitio no tiene mucho que ofrecer.
Situado en un pequeño promontorio, hay dos torres en muy mal estado de conservación, que se ve que están intentando restaurar, y un pequeño monasterio, donde los jóvenes monjes, ataviados con sus trajes color naranja, piden donaciones.


Cuando miramos escaleras abajo, Sam Om nos hacía aspavientos sonriente, en señal de que ya tenía el tuk tuk listo para continuar.
Bajamos y salimos en ruta hacia otro templo cercano.

El templo de Preah Ko.

Su nombre significa algo así como buey o vaca sagrada.


Es un recinto bastante amplio, aunque sin la grandiosidad y el buen estado de conservación de sus homónimos de Angkor, en el que su principal atractivo son las torres de ladrillo de arenisca rojiza y sus tallas y relieves en escayola, junto a inscripciones hindúes.


Mirando hacia las torres, encontramos tres figuras, que son las que dan el nombre al templo, son unos bueyes sagrados en posición de descanso o de adoración, y enfrentados a ellos, en las escaleras que dan acceso al templo, unos leones a cada lado de las mismas.


Después de un ratito de deambular por el Preah Ko, buscamos a Sam Om, que nos condujo al más grande y mejor templo de los que vimos en Roluos.

Muy cerca de allí, se encuentra el templo de Bakong.


Cuenta con una entrada bastante espectacular. Un pasillo de tierra, bordeado de verde y abundante vegetación conduce hasta un gran complejo piramidal que representa, como tantos otros templos hinduístas, al monte Meru y como no, también dedicado al dios Siva.

En las cinco plataformas de este altísimo templo, hay muchas estatuas con formas de elefantes, al estilo del templo de Meabon Oriental, en Angkor, y de leones.

Vista del templo Bakong desde la torre más alta, monasterio a la izquierda.

Desde la torre más alta del templo, pudimos contemplar el monasterio budista que hay dentro del recinto, asi como las grandes torres de arenisca rojiza, del mismo estilo que las de los otros dos anteriores templos de la zona de Roluos que visitamos.

En lo más alto del Bakong.

Nos gustó mucho este templo y nos resultó un sitio interesante a la par que tranquilo. Quizás la única pega, la de siempre. Los niños que piden limosna.

Unos cuantos niños, ataviados con un sucio uniforme de colegio y portando una cajita de madera, pedían donaciones en nombre de los colegios y de los templos de la zona.
Nos resultó muy divertido, observar la ingenuidad y bondad de su niñez.


Dos mujeres de ascendencia china, ataviadas con sus mascarillas y guantes blancos (al estilo de Michael Jackon, como les gusta usar a ellos) traían en una bolsita transparente unos bollos con forma de donuts grandes, que les resultaban irresistibles.

Cuando las señoras se acercaron a los niños y éstos fueron a pedirles su donación económica, la que portaba la bolsa de los bollos, con un simple gesto de manos, hizo que los siete u ocho niños y niñas que allí estaban, se pusieran en fila y aguardaran pacientemente su turno, mientras ella sacaba delicadamente cada bollo, y de uno en uno, se los fuese entregando.

Ellos, con sus dos manitas extendidas lo recogían mientras inclinaban la cabecita en señal de agradecimiento.

Más divertido para nosotros fue, observarlos desde lo alto de nuestra atalaya, como por un buen rato, se olvidaron de "perseguir" a los turistas, y sentados sobre las ruínas, disfrutaban y comentaban entre amplias sonrisas, su inesperada y deliciosa merienda.


Después de un fascinante día, con los normales altibajos, por un lado de la emoción de descubrir nuevos y maravillosos rincones, por explorar los impresionantes paisajes, por recorrer exóticos rincones y por el otro lado, los típicos enfados con el regateo y los pequeños timos a los que somos sometidos los turistas en esta exótica parte del mundo, nos volvimos con nuestro amigo Sam Om, a bordo de su Tuk Tuk, a nuestro hotel en Siem Reap.


Al llegar, le dimos a Sam Om una propina buena propina, por su buen hacer, por su grata compañia, y sobre todo, para compensarle los dos dólares que había perdido con el barquero.



Cansados, lo único que hicimos esa tarde-noche, fue cogerle prestado el Pc a Kaeo, para mandar los e-mails a nuestros familiares y amigos, localizar posibles alojamientos en la ciudad Saigón, cenar e irnos a la cama tempranito para descansar, pues mañana retomaríamos la carretera con destino a un nuevo país: Viet-nam.

martes, 10 de enero de 2012

Nuestra última impresión (mala) del Tonlé Sap. (7ª parte).

Después de nuestro fugaz desembarco en la pagoda de Kompong Phhluk, de una media horita de duración, volvió nuestro barquero a buscarnos para retornarnos a tierra firme.


Habíamos pasado una mañana genial en el Tonlé Sap. Habíamos vivido una experiencia irrepetible, de esas que sabes a ciencia cierta, que dificilmente en otro lugar del mundo podríamos haber visto o sentido algo ni tan siquiera parecido.
 Comenzamos pues, lentamente el último paseo por las "calles" de Kompong Phhluk, buscando la salida hacia las aguas abiertas del lago, con rumbo al pueblo base desde el que habíamos partido temprano en la mañana.


Las singulares imágenes, que permanecerán para siempre en nuestra memoria, se comenzaron a suceder delante de nuestros ojos por última vez.


Esas casas artesanales, esas personas adaptadas totalmente a ese estilo de vida y casi ajenas a nuestra presencia, esos vastos paisajes acuáticos donde el agua marrón es salpicada de verde y azul por las plantas invasoras y por el cielo, tan espectacularmente "rasgado" por las nubes que tuvimos la suerte de disfrutar ese día, nos hicieron sentir reconfortados, enormemente enriquecidos con la simple visión de ese mundo tan diferente, como si hubiésemos alcanzado otra meta u otro sueño cumplido.


Largo rato de navegación después, arribamos nuevamente al pueblo base desde donde partimos esta mañana, a orillas del lago Tonlé Sap.
Nos despedimos del "niño barquero", dándole una propinilla y saltamos a los tablones, que nos salvaban solo en parte, de hundir los pies en el agua.

Al final del camino, nos encontramos con una familia de turistas americanos, que esperaban al bote pequeño, que nos llevaría hasta el sitio donde nos vendieron la entrada esta mañana.

Otro barquero, descalzo y ataviado con unos pantaloncitos cortos y una camiseta de camuflaje que alguna vez habría sido del ejército, nos indicó que subiésemos a su barca. Nosotros le mostramos los tickets de esta mañana y él asintió. Subimos y tomamos asiento junto a los americanos.

A mitad de camino, el barquero comenzó a cobrar a los americanos un dólar por cabeza y cuando nos pidió lo mismo a nosotros le respondimos que de eso nada, que ya le habíamos enseñado los tickets que nos vendieron esta mañana por este servicio.
En principio, esto le valió al hombre, pero los americanos entonces, comenzaron a protestarle y a pedirle explicaciones de porqué ellos pagaban y nosotros no.


Cuando llegamos a tierra, una chica de los americanos que iban en el barco, nos pregunta que porqué nosotros no pagábamos. Le contamos que esta mañana, a nosotros dos, nos habían cobrado un dineral, en el que este servicio, estaba incluido. Rápidamente, ella se volvió hacia el barquero y comenzó junto a su familia, a discutir con él.
Allí los dejamos y comenzamos a caminar por el fango, en busca de Sam Om, pero al cabo de un rato nos alcanzó el barquero. Venía muy enfadado, haciendo aspavientos y exigiendo dos dólares por habernos traído hasta aquí.

Habíamos leído muchas "pamplinas" acerca de que si uno se enfada en Camboya, pierde su prestigio y no se que otras cosas más, pero la actitud de todo el día de "estos señores", de pedir, pedir y pedir más dinero, y no poco, primero con la excusa de que todo estaría incluido y después porque no lo estaba, ya nos terminó de cansar y yo, a pesar de ser una persona con muchísima paciencia, cuando ésta se acabó, a pesae de ser por una minucia de solo dos dólares, lo demostré.
Del mismo mal modo en que el barquero me habló, le respondí, y le señalé, que esos dos dólares se los iba a tener que pedir a los que nos vendieron los tickets esta mañana, y le señalé hacia el "puesto de venta de billetes", donde ya no había nadie.
Allí se quedó "rumiando", pues como lo que pretendía era intimidarnos, y no lo consiguió, pues tuvo la mala fortuna de no haber medido bien su físico y compararlo con el nuestro antes de intentarlo, le salió la jugada al revés.


Nos entretuvimos por el camino buscando un baño, que nunca usamos por las condiciones extremadamente antihigiénicas, y para cuando llegamos a donde estaba Sam Om, nos encontramos con que el barquero, estaba amenazando a nuestro amigo, mientras él le daba el dinero que nos pedía, en el equivalente en moneda camboyana.

Eso ya me saco bastante de mis casillas, por decirlo suave.
A voz en grito le dije a Sam Om, que no le pagase nada, que eso ya estaba cobrado desde esta mañana y que ya se estaba pasando de listo.

Marijose, el propio Sam Om y los turistas americanos, que llegaron detrás de nosotros se encargaron de apaciguarme. Evidentemente, ya habían sobrepasado mi límite.
Un guía, que venía con la familia americana, preocupado al ver mi enfado, se acercó a discutir con el barquero. Después de mostrarle los tickets que nos habían dado en la mañana, su cara de indignación, por fin nos dejó ver, que no todo el mundo aquí, esta de acuerdo con este abuso.

Nos subimos en el tuk tuk con Sam Om, y nos alejamos de allí. Una mirada a nuestro alrededor para ver por última vez el exótico lugar en el que nos encontrábamos, y lo único que encontramos fue la burlona despedida del barquero, que nos decía adiós agitando sus dos dólares en rieles camboyanos en la mano y con cara de satisfacción por haber "robado" esa insignificante cantidad a dos turistas.


Yo no pude evitar sonreírme. Le devolví el saludo con la mano con el mismo tono de burla, pero con una tremenda tristeza interior.
¡Qué triste es la ignorancia! Una cosa tan bonita que tienen para mostrar al mundo, y que con esa actitud, desgraciadamente no les vaya a durar nada...
Dicho ésto, tengo que insistir, que hay que asumir y reconocer, que es igualmente triste, que en España y en mi casa, Canarias, se cometieran los mismos errores en el pasado.


lunes, 9 de enero de 2012

Los niños del Lago (6ª parte).

Una de las imágenes más entrañables por un lado, pero al mismo tiempo, más dura de soportar en este tipo de viajes, es la que nos dejan los niños.


En el poblado del lago del Kompong Phhluk, además, fue impactantemente curiosa.
 Por todo el poblado, pudimos observar muchos niños. Bien adaptados al medio acuático en el que viven durante gran parte del año, los hace extremadamente ingeniosos, casi tanto como la belleza "natural "que desprenden.


Los artefactos flotantes con los que se trasladan por las aguas de los canales que hacen las funciones de calles en su pueblo, para deambular de un lado a otro, de sus casas a la de sus amigos o para asistir al colegio, los hace increíblemente especiales e irresistiblemente divertidos para observarlos.


Como en otros países un poco "menos desarrollados" que el nuestro, vamos a llamarlos así, a los que hemos viajado, la huella que nos ha dejado la imagen de la pobreza en la que viven, pero curiosamente, en contrapunto con la felicidad que emanan, es imborrable.


Lo peor de todo, es ver que son frecuentemente utilizados como reclamo para conseguir dinero de los turistas, como por ejemplo, en China, los niños que correteaban por las montañas del sur del país como si fuesen bandadas de gorriones, y que te insistían junto a sus madres para que les compraras baratijas, o tanto en Túnez como en Egipto, que si te sentabas en una terraza a tomar algo, veías a sus propios padres mandándolos a dar con nosotros. Al igual que aquí en Camboya y poteriormente en Viet-nam, no conseguimos dejar de sentir del todo esa triste realidad.


A pesar de todo, cuando intentas comunicarte con ellos, con cualquier simple broma que les hagas, las ingenuas sonrisas y carcajadas de los niños, quieras o no, te "tocan".

viernes, 6 de enero de 2012

El Lago etéreo y la Pagoda de Kompong Phhluk. (5ª parte).


El joven muchacho, después de recogernos en el "restaurante" del lago, nos dirigió a través de unos canales que serpenteaban entre la maraña de copas de árboles sumergidos, a una zona del lago, en la que se podía sentir la inmensidad del mismo.

Todo parecía etéreo. La cegadora luz del medio día en el lago, junto a la tranquilidad y el silencio de las aguas, tan tranquilas que parecían un espejo que sólo se rompía por las líneas de agua, que dibujaban de cuando en cuando, alguna barcaza que más parecía supenderse en la nada que navegar a lo lejos, lentamente, y que proporcionaban un aspecto fantasmagórico al paisaje.

Casi pareciera que estábamos en alguna parte del cielo.
Más cuando el barquero detuvo el motor y quedamos por varios minutos en silencio, meciéndonos en nuestro bote, intentando vislumbrar otras lejanas embarcaciones de gente que pescaba, y que a pesar de estar a gran distancia de nosotros y de que no los podíamos distinguir del todo bien por el reflejo de la luz solar en el agua, era curioso que oyéramos sus conversaciones como si estuviesen al lado.

Un buen rato permanecimos así, contemplando a otros barcos de turistas, pocos, muy pocos, que aparecían por la zona y se detenían también aquí, hasta que le preguntamos al chico, qué haríamos ahora.
Él nos contestó que nos llevaría donde quisiésemos, que "su compañía" le dejaba unas cuantas horas libres para hacer lo que quisieran los turistas.

Ok!- le dijimos, - Llevamos de vuelta al poblado y déjanos el algún punto en el que nos podamos bajar y pasear por el pueblo. Después de pensarlo un poco, nos explicó que el pueblo estaba todo bajo el agua, que en esta época de crecidas, sus habitantes, se tienen que mover en barca para todas partes, pero que en el centro del pueblo, había una gran Pagoda, al lado de un colegio, en la que podríamos desembarcar.

Dicho y hecho. En un momento, nos adentramos de nuevo por las calles acuáticas del poblado de Kompong Phhluk, reencontrando las escenas cotidianas de sus pobladores, que como nuestro imberbe amigo nos comentado, se movían hacia todas direcciones con sus botes y canoas.
El edificio más lujoso de Kompong Phhluk, es la Pagoda.
Después de otro pequeño paseo por las calles, o los canales, del pueblo, sorteando las destartaladas casas de maderas, troncos, pajas y otros materiales parecidos, con sus techos de chapas, arribamos a una zona, más o menos en la parte central del pueblo, que estaba contruída con hormigón.


Había unas escaleras que emergían del agua hasta una pequeña plazoleta de losetas rojas, en la que en medio de la misma, se hallaba una "lujosa" Pagoda, si comparábamos el edificio con las casas de la gente, claro.

El chico de la barca, dirigió la proa hacia las escaleras, y de un salto, pusimos por fin, los pies en tierra firme.

Nada más caer en el suelo, numerosas adolescentes se "abalanzaron" a por nosotros.
Que si danos un donativo para la escuela, que si otro para la pagoda, que si me compras unas libretas para donarla a los niños...Nos costó un poco zafarnos de la persecución, más porque el tamaño de la placita de la pagoda, era minúsculo.

Nos dejaron un poco tranquilos, cuando empezamos a bromear con unos niños de unos 6 a 8 años de edad, que estaban pescando diminutos pececillos con sus igualmente diminutas cañas de pescar.

Nos reímos un buen rato con uno de los niños.
El, presumía ante nosotros con una minúscula captura, un pececillo precioso (que no me hubiese importado mantener en mis acuarios), y nosotros le intentábamos explicar que el granito de arroz que usaba como cebo parecía más nutritivo...

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