lunes, 30 de abril de 2012

Amanece en el valle (3ª parte)


Sobre las 5:00 am nos despertamos ya sin más sueno.


No habíamos tenido muy buena noche por la incomodidad de nuestros lechos, cosa que no parecía importar a nuestros compañeros que aún dormían profundamente, y menos al señor australiano, que seguía roncando a todo volumen.


Nos bajamos, nos dimos una ducha en el baño que estaba situado fuera de la casa y nos preparamos para la caminata que nos aguardaba el día de hoy.

Todavía era muy temprano y todos en la casa dormían, incluido los dueños, así que como nos aburríamos, salimos a pasear por la aldea.


A esas horas, con la primera luz del día y con algo del fresquito matutino en el cuerpo, paseábamos como si estuviésemos en el paraíso.


No había movimientos de personas por la carretera, solo nosotros dos, con cara aún de somnolientos.
 Los animalitos de granja que se nos cruzaban correteando a sus anchas por ese paisaje sobrecogedor, en el fondo del valle, rodeados de arrozales que se perdían a lo lejos entre las brumas altas de las montañas.

Al rato de estar paseando en silencio disfrutando de todo aquello, comenzamos a cruzarnos de cuando en cuando, con algún motociclista que al pasar nos ignoraba. El petardeo de la moto, nos hacía presagiar que aparecería detrás de alguna curva desde muchos minutos antes.


Las mujeres Hmong negras, salían cargadas con sus cestas a buscarse la vida desde temprano, y como de costumbre, nos saludaban con una amplia y simpática sonrisa antes de preguntarnos si les compraríamos algo.

 
















Nos cruzamos con muchos niños, unos parecían salir al colegio temprano, y las niñas, ataviadas con sus trajitos típicos Hmong, que en lugar de cestas en la espalda, cargaban a sus hermanitos pequeños, que parecían salir también temprano, pero en lugar del al colegio, parecían salir en busca de turistas.


Esas increíbles imágenes que vivimos esa mañana, que evocaban intensas sensaciones, las atesoramos como algo mágico, de lo mejorcito que vivimos a lo largo de todo este viaje.



Al volver a la casa, nuestros compañeros aún comenzaban a levantarse, y nos encontramos que a la puerta de la vivienda, teníamos a una comitiva de niñas, que hoy sustituirían a las mujeres Hmong negras como nuestras acompañantes en la caminata.





Uno de nuestros compañeros de caminata, el joven  americano, ejerció de auténtico "yanqui total", al sacarse de nadie sabe donde una pelota de fútbol americano, y mientras los demás terminaban de prepararse, empezó a jugar con las niñas a pasársela.
Fue una imagen bonita y divertida al oír las risotadas de las niñas, pero el tema de la pelota americana, fue totalmente subrealista.

sábado, 28 de abril de 2012

Noche en el homestay (2ª parte)


Bueno, pues entramos en la casa de los señores con los que íbamos a convivir esa noche.

Nuestro guía nos presentó al dueño de la casa, que no hablaba ni una palabra que no fuese vietnamita, pero que con su amplia sonrisa y buena voluntad, nos invitaba a todos a sentirnos como si estuviésemos en casa.

La casa era totalmente normal, parecida a las de alrededor, nada de cosas especialmente acondicionadas para el turismo.

Un amplio patio cubierto, con una gran mesa para que nos sentásemos todos alrededor, junto a un billar, cuyo viejo tapete tenía tantos agujeros y baches como los senderos por los que habíamos llegado hasta aquí.

Dentro, la casa tenía unas tres o cuatro amplias habitaciones, sin lujos y casi sin muebles.
La cocina, en la habitación central, consistía en una amplia chimenea esquinera a ras de suelo, donde a leña, se preparaba la comida.

Sobre una de las habitaciones, había una enorme tronja de oscura madera tratada, donde nosotros dormiríamos, pero no había camas, lo haríamos en el suelo, al lado los unos de los otros, sobre unas mantas protegidas con unos mosquiteros.

Nosotros dos, culos inquietos, desde que pudimos, después de las presentaciones, nos fuimos a dar un paseo para inspeccionar el lugar.


Todo, absolutamente todo aquí, emanaba paz y sosiego.



Animales domésticos sueltos por todas partes, gallinas, patos, cochinillos, bueyes...niños que regresaban a casa hablando y jugueteando, que cuando se cruzaban con nosotros, tímidos, bajaban la cabeza y aligeraban el paso, no así las mujeres, que eternamente cargadas con sus cestas a la espalda, aprovechaban el más minino cruce de miradas para saludarte efusivamente y preguntarte acto seguido si les comprarías algo. Con decirles que no, seguían igual de sonrientes y se despedían riendo y murmurando entre ellas.


Un verdadero placer estar allí, como si todos los problemas y el estress cotidiano que arrastramos todos los occidentales no existieran más porque nosotros así lo hubiésemos elegido. Nadie se hubiese imaginado vivir de esa manera, sin haber visto con sus ojos que efectivamente, es posible, ellos lo hacen, y parecen ser felices.


Las estampas de la "belleza relativa" como la llamamos Mari y yo, pues sabemos que ver trabajar el campo a esas personas, seguramente nos les resulte tan bonitas a ellos como a nosotros, pero nos hacen preguntarnos cuáles serán sus verdaderas preocupaciones.
No podemos por más que quisiéramos, con ojos y mentalidad de turista occidental, saberlo, pues realmente dan la apariencia de no tenerlas.


La anécdota del paseo, fue que filmado con la cámara de vídeo el paisaje, una moto paró a nuestro lado, y un señor comenzó a hablarnos como si pudiésemos entenderlo.
Era nuestro anfitrión.
El pobrecito, como era imposible entendernos, con su aspecto humilde y gran sonrisa, se subió a su moto y se fue. Esta noche se lo compensaríamos...

Cuando nuestra ambición por disfrutar ese sentimiento "mágico" del estar ahí, estubo satisfecho, volvimos lentamente hacia la casa. Disfrutando de cada paso, de cada gallina con sus polluelos que huía de nuestra presencia, de cada columna de humo que oteábamos en el horizonte producto de las quemas que hacen los agricultores, de las plantas de arroz ya desposeídas de su grano...


En la casa, ya estaban preparando la cena, tanto las señoras de la casa, como sus hijos y algunos de sus amigos, que habían venido a ayudarlos. También colaboraban algunos de nuestro grupo, que con curiosidad, iban intentando hacerse entender para preguntar sobre cada cosa. Nos unimos de inmediato a la escena, que por más que la recordamos, no parecía ser real, parecía más bien sacada de algún programa de televisión.

Entre todos, preparamos la mesa del patio y allí cenamos los extranjeros.
Esa primera noche, producto del agotamiento que no dejaba a la cabeza actuar del todo bien con lo del idioma, no tuvimos demasiada conversación con nuestros compañeros, es posible, hasta que no cayésemos bien a alguno.

Me levanté de la mesa para ir al baño, y me encontré con que en una habitación dentro de la casa, el dueño de la casa, su familia y los amigos que habían venido para ayudarlos con sus huéspedes, estaban reunidos en una mesa cenando.
Desde que me vio aparecer, el señor, que hacia unas horas había intentado hablar con nosotros en el camino, me hizo aspavientos efusivamente para que me sentara junto a él a tomar un chupito de licor de arroz.


Nuestro amigo americano, ya hacía un ratito que andaba brindando con los chicos más jóvenes y tenía montado un pequeño alboroto en forma de sonoros brindis.

Los chicos me agasajaron en todo momento, es un poco chocante para los occidentales la manera tan ingenua de tocarse y pasarse las manos por encima que tienen. Sentados en las pequeñas banquetas, hacían que estuviésemos a la misma altura y te podían poner los brazos por encima de los hombros, para intentar tener conversaciones de borrachín, ya que nuestro "americanito", los tenía ya "medios piripis".


El hijo mayor del señor de la casa, me preguntó que de dónde éramos exactamente y me sacó un pequeño mapa. Yo le expliqué que aunque no estuviesen en su mapa, había unas pequeñas islas, que pertenecían a España, al lado de África, a la altura de Marruecos, que de allí éramos y vivíamos Mari y yo.


Él traducía a los demás miembros de la mesa mientras yo le explicaba, y todos quedaban impresionados con el descubrimiento de las Islas Canarias.

Mari, como vio que yo tardaba, vino en mi busca y me encontró sentado a la mesa, brindando en altavoz una y otra vez con los nuevos amigos, y su cara al soltarme su frase en tono burlón: - ¡Eres igual en todas partes del mundo que en casa! - fue adivinada por todos ellos, lo que provocó sus carcajadas, y lo festejamos sonoramente con otro brindis.

Decir, es una impresión nuestra, que a veces nos parece, por algunas escenas que hemos vivido en Asia, que nuestros amigos orientales, toleran un poco peor el alcohol que nosotros, pues enseguida se les nota.

El escándalo que estábamos montando, atrajo la atención de nuestros compañeros de caminata, que poco a poco se fueron uniendo a la fiesta que teníamos en la mesa.

 
Uno de los chicos, le pidió al hijo del señor de la casa, que me pidiese que les cantara una canción de mi tierra, y ante mi cara de incredulidad por tal petición, me lo tomé a cachondeo y les comencé a tararear el estribillo de la canción nacional más popular de su país, Vietnam-Ho Chi Minh, todos rieron a carcajadas.

El chico, borrachito como estaba, me explicaba que ésa era la canción nº 1 en Vietnam, pero que él quería dedicarme la canción nº1 en Sapa.

Se incorporó, y solemnemente todo el mundo guardó silencio (menos las danesas que llevaban todo el día burlándose de todo y de todos), y comenzó a cantar una lenta canción.
Al llegar al estribillo, todos sus compatriotas, alzaban la voz y lo acompañaban:

- ¡SÁAAPAAA, SÁAAPAAA! -


Se me pusieron los pelos de punta, cuando el ebrio muchacho terminó su canción, y me la dedicó con un abrazo, fue el momento de la noche.
Bueno, ese, y justo un segundo después, el momento en el que llamé la atención a las "danesitas", que no paraban con sus risitas:

- ¡Qué es lo que os pasa, a ver si respetáis un poquito no! -

Parece que les sentó "la nalgada", y pudimos continuar la fiesta un rato hasta que extenuados, nos retirarnos a dormir.

Desde ese momento ya les quedó claro que no solo les caíamos mal nosotros a ellas. Se habían ganado con todo merecimiento, la reciprocidad con sus acciones. Llevábamos toda la tarde ignorándolas, porque se comportaban como dos auténticas niñatas bobas. Se burlaban constantemente del americano, no paraban de reírse de mi fatal acento y de mi mal inglés, como ingenuamente creyeron en todo momento que Mari no las entendía (ya que ella las pilló desde el minuto uno y no les dirigió la palabra), se permitían bromas acerca de ella misma, o de la señora australiana...yo procuro no hablar del que no se lo merece, así que de dos veinteañeras que van así por el mundo, nada más que decir.

Nos fuimos a acostarnos de los primeros, ya que Mari estaba rendida.
Ella cayó fulminada como de costumbre al momento, y yo me senté a escribir en mi libretita acerca de las anécdotas del día.
Poco a poco los demás compañeros se fueron uniendo, hasta que la mujer del australiano, muy madraza ella decidió apagar la luz. Bueno, me interrumpió, pero guardé mis cosas y me recosté a dormir sin decir nada.

Aquí viene la anécdota con la que casi me gano la enemistad del matrimonio australiano, pero el señor, me demostró a la mañana siguiente, que no es nada rencoroso y buen tío.
La señora, que apagó la luz de manera unilateral, se acostó al lado de su marido (al lado nuestro), y se enfrascó en una conversación con él, de las de matrimonios en la cama.
Hablaban tan animadamente de sus cosas, que despertaron a Mari, (y eso tiene mérito).

Siguieron así por un rato, y no paraban. Los demás compañeros, carraspeaban, pero nadie se atrevía a decirles nada, quizá por el respeto de que eran los mayores.

Hasta que Mari se enfadó y por consiguiente me espoleó a mi, que tengo el maldito defecto de nunca callarme las cosas, y encima, no se porqué motivo, cuando me altero, hablo mejor inglés (eso, o me hago entender mejor):

- ¿Qué pasa aquí? ¿Me apagan la luz sin preguntar, no me dejan escribir y ahora no me dejan dormir porque no se callan? -

Un segundo de calma tensa, y un: - ¡Ok, nos callamos! - del señor. Y ni medio segundo después, todos comenzamos a oír unos ronquidos impresionates de él mismo...

- ¡Ños, el pobre estaba esperando que la doña se callara para dormirse! - exclamó Mari con la ironía burlona que la caracteriza, y yo no pude reprimir las risitas, de las que se contagiaron los demás por oír los espectaculares ronquidos del señor.


viernes, 27 de abril de 2012

Trekking por las montañas del noroeste (1ª parte)


Después del paseo por el mercado, nos reunimos con el grupo por fuera del mercado a la hora acordada, y proseguimos descendiendo Sapa por la calle principal Cau May.


Como bien describen en las guias de viaje, la parte baja del pueblo es donde se encuentran la mayoría de los restaurantes y negocios enfocados hacia los extranjeros, y con dar un vistazo, uno se da cuenta del gran auge turístico que está sufriendo esta pequeña villa.


Se están construyendo a toda velocidad grandes edificios, situados en cualquier lugar y sin aparente orden urbanístico.


 Casi en cualquier parte donde se pueda conseguir una buena vista del valle, hay una enorme construcción a medio terminar.




La mañana que nos tocó vivir en ese comienzo de jornada, era bastante fresca, algo cubierta de niebla que poco a poco se iría disipando con el discurrir del día.

Mejores condiciones, imposible.


A unos pocos cientos de metros del núcleo urbano de Sapa, ya empezamos a tropezarnos con escenas rurales cotidianas en las laderas a los márgenes de la carretera.


Comenzaban a aparecer ante nosotros animalitos de granja sueltos, gentes trabajando en pequeñas terrazas de arrozales, grupitos de niños y niñas solos, que se movían buscando a los grupitos de turistas senderistas para intentar venderles sus baratijas, y por supuesto, comenzaban a surgir ante nuestros ojos los imponentes paisajes de los profundos valles de las montañas del noroeste de Vietnam, totalmente escalonados al estar repletos de terrazas de arrozales, esculpidas por la mano del hombre, con un cierto parecido a las de los bancales de la Columna del Dragón, situados en el sur de China, que habíamos visitamos en junio del año anterior.





El primer descanso, lo hicimos en el punto en el que abandonaríamos la carretera de asfalto, para comenzar a descender por un amplio sendero de tierra.






 

Allí había un tienducho, donde nos abordaron una gran cantidad de niños, a los que cada vez que nos preguntaban si les comprábamos algo, les respondíamos con otra pregunta:

- ¿Qué haces que no estas en el colegio? -


Entonces soltaban una sonrisita e insistían un poco más, y si no conseguían, corrían a intentarlo con otro turista.


El menudo y simpático guía local, nos enseñó un mapa de la zona y nos explicó cuál sería la ruta a seguir durante estos días.
Empezaríamos bajando hasta llegar al río Ta Van, lo bordearíamos durante un rato hasta encontrar los puentes por donde cruzarlo y llegaríamos a un pequeño poblado donde pararíamos en un restaurante para tomar algo de almuerzo y descansar un poco.
Después de la comida, continuaríamos la caminata, a través de algunos pueblos de Dzaos rojos y de Hmongs negros.

Sería una caminata larga, hasta llegar hasta el homestay donde pernoctaríamos, pero prometía mucho, y aseguramos que cumplió todas nuestras espectativas.


Al poco rato de comenzar el descenso por el camino de tierra, nos encontramos con unos simpáticos lugareños que trabajaban los campos.


Con toda naturalidad, interrumpieron sus quehaceres, para con la amabilidad y generosidad que siempre desprende la gente sencilla, explicarnos cómo separaban artesanalmente los granos de arroz de la planta.

En medio de la terraza, montan una gran cajón de madera, en cuyos laterales, van dando golpecitos a pequeños "atados" de plantas de arroz, provocando así que los granos se suelten y se vayan depositando dentro.

Con las matas ya vacías del grano, se hacen montoncitos, que se van quemando en pequeñas hogueras, cuyas columnas de humo azulado, forman parte inseparable del paisaje de estas preciosas montañas.





Estas explicaciones, traducidas eficientemente por nuestro guía, eran seguidas atentamente, con mucha sorna, por nuestras acompañantes las mujeres Hmong negras, que no dudaban en soltar sonoras carcajadas, cada vez que alguno de nosotros demostraba su ignorancia en cuestiones de agricultura.


Proseguimos el camino que se tornó en un descenso bastante empinado y con un tramo con algo de dificultad. Tanto fue así, que hasta una de las mujeres Hmong, perdió el equilibrio y comenzó a  resbalar por la pendiente de tierra suelta.


Ya habíamos comentado Mari y yo, la simplicidad del calzado de estas señoras.
Unas simples alpargatas de tela o como mucho, cholitas de goma.


La destreza y el conocimiento del medio de esta mujer que derrapaba pendiente abajo, hizo que no se pusiese nerviosa y controlara su caída, hasta que encontró mínimo punto donde apoyar un pié, y !VOILÁ! de un saltito se puso en pié, evitando volver a caerse dando una ágil carrerita en la bajada, hasta que alcanzó nuevamente el sendero.


Descendiendo poco a poco, íbamos llegando al fondo del valle y por tanto al río.


Durante un buen rato, estuvimos bordeándolo, hasta que al fin, alcanzamos los puentes colgantes para atravesarlo.

 




















Estaban sustentados por viejos cables de retorcido acero, y tablones de destartalada madera. Pero, no hay problema, porque al lado de los puentes antiguos, usados solamente por nosotros, los turistas para las fotitos típicas de los viajes, ya hay instalados unos puentes más nuevos, robustos y resistentes.


Curiosamente aquí, en el fondo del valle a nivel del río, el frescor de la cumbre desapareció dando paso al calor húmedo típico de Asia, por lo que hizo algo más pesada la caminata.


Al poco de cruzar los puentes colgantes, arribamos al pequeño asentamiento donde se encontraba a pié del río, el local donde tomaríamos un "picoteo".
Fue en el momento de sentarnos a la mesa el que usaron nuestras acompañantes, las mujeres Hmong negras,  para sacar de las cestas que llevan colgadas a la espalda como si fuesen mochilas, la mercancía que transportaban para vender a los turistas.

Pequeños bolsos, telas, pulseritas, figuras talladas a mano, de todo.

Mari, como siempre, fue la encargada de negociar alguna "chorradita", y como de costumbre, consiguió un buen precio por las tonterías que les compró, además de que nos hizo pasar un divertido rato discutiendo con ellas sobre precios y cantidades.

Alguno de nuestros acompañantes, nos confesaría, que le habían "sacado" bastante más dinero, que a Mari, por las mismas cosas.

Después de esa "parada técnica", emprendimos la caminata por el sendero que avanzaba hasta un pequeño pueblo cercano que podíamos ver a simple vista desde allí.
  
Por el camino, pudimos contemplar a gente afanada en sus labores de campos, así como a sus animalitos de granja y los típicos bueyes de agua empleados para los trabajos en las terrazas.

También observamos a muchos niños por el camino, jugando solos a cualquier cosa y nos preguntábamos porqué no estarían en el colegio.


Se ve que muy obligatorio no era, pues haber, lo había, y justo en medio del pueblo.


El mejor y más grande edificio de la zona, prácticamente el único que estaba construido con cemento y ladrillos , era el colegio, donde a bastantes niños, se les impartía clases en el momento de nuestra llegada.

La señora mayor australiana, venía preparada para el acontecimiento, y se entrometió en medio de la clase para repartir pegatinas a los chiquillos, con el beneplácito de la profesora.

Un buen rato estuvo repartiéndolas entre los pequeños, tanto, que no se dio cuenta de que la clase había cambiado ya de profesora, y a ésta, ya se le estaba empezando a hacer molesta la situación.

Nos desmarcamos del asunto y nos entretuvimos un poco, admirando el paisaje del pueblo, mientras la señora estaba allí dentro alborotando a los chiquillos, y en estas, que una de nuestras compañeras danesas aparece, y nos intenta llamar la atención, porque según ella, estaban todos esperando por nosotros.


- ¡Vete y cuéntale eso a la doña que está allí dentro! - fue nuestra contestación.

Al rato apareció el guía, quién al preguntarnos y recibir nuestra explicación, fue a la clase a sacar a la señora de allí para poder proseguir la marcha.



La profesora, tenía ya un "rebote" de cuidado con la situación, y desde que vio aparecer al chico, de tan malos modos que hasta nosotros la entendimos, le dijo que la sacase de allí ya, que tenía que seguir con la clase de los niños.

Mientras todo eso pasaba, en el patio del colegio, habían algunas mujeres, suponemos que madres de algunos niños, ataviadas con las ropas tanto de Hmong negros como de Dazao rojos, cosiendo y elaborando juntas productos de artesanía.

No mucho tiempo más después de que retomáramos la marcha, llegamos a una zona, donde, a los lados de la carretera sin asfatar por la que caminábamos, bordeada por interminables campos repletos con terrazas de arrozales llenas de numerosa gente trabajando laboriosamente en ellos, empezaban a saltearse por aquí y por allá, numerosas casonas de madera.


En alguna de ellas, habitadas por señoras Dzao Rojo, entramos, para que nos explicaran cosas sobre su vida cotidiana, como por ejemplo, la manera en la que elaboraban sus harinas de arroz, básica para la subsistencia, hasta que por fin, llegamos otra casa más grande, que sería donde nos alojaríamos esa noche.


martes, 24 de abril de 2012

El mercado de Sapa.

Una vez reunidos todo el grupo fuera del hotel, comenzamos a descender el pueblo en busca del sendero por el que comenzaríamos nuestro trekking a través de los paisajes y poblados locales de las montañas del noroeste de Vietnam.

Nuestro grupo descendiendo Sapa por la calle Cau May.

El grupo estaba compuesto por diez personas más el pequeño guía local, a saber:

Un americano muy "yanqui", corto de edad que no de tamaño, no creemos que tuviese más de 22 a 25 años. Vestía tipo mormón, vamos que de preparado para caminar por las montañas, más bien poco, tuvo suerte de que la dificultad del camino no fuese gran cosa, camisa blanca y pantalones de tela azul. Bastante comunicativo aunque puede que un poco ingenuo a veces, seguramente debido a su juventud, nos pareció muy buen chaval, como decimos aquí en Canarias, un "sano sanote".

Otro chico de Inglaterra, bajito y delgado, con clara ascendencia hindú. Se mostró bastante tímido, su interacción con nosotros resultó bastante discreta.

Un matrimonio australiano, un poco particulares pero, sobre todo él, sonriente y bromista. Buena gente. Calculamos que sesentones avanzados.

Dos "rubitas" amigas danesas, jóvenes, veinteañeras, que iban de "superguays". De esas que creen saberlo todo por iluminación divina sin necesidad de la experiencia empírica, pero que en realidad, ni saben comportarse ni respetar a los demás. Sus hazañas más repetidas por ellas mismas, eran borracheras y vomitonas en Tailandia...¡Ah, divina juventud!

Y por último, Michael y Emily, un joven matrimonio natural de Adelaida, Australia, con quienes, quizá por nuestra similitud en las edades, sobre todo en la segunda mitad del "pateo", hicimos mejores "migas".

El grupo de mujeres Hmong negras, se asignó de alguna manera, a un "guiri" en exclusividad para cada una de ellas, es decir, que a cada uno de nosotros, nos tocaría ser acompañado por una de ellas todo, o gran parte del camino.
Solo caminaban a tu lado, sonriéndote, y las más jóvenes, que hablaban algo de inglés, intentaban entablar algo de conversación típica, que de dónde eres, que como te llamas, etc, pero, de momento, no atosigaban a nadie para que les comprasen.
Ya sabías que más adelante sería lo que tocaría, pero de momento, todo era "de muy buen rollito", bromeaban con nosotros y nosotros con ellas.

Puerta de acceso al mercado de Sapa.
Al matrimonio de mayores, se les ocurrió, cuando pasábamos por delante, entrar a ver el mercado del pueblo, y pactamos vernos en ese mismo punto, una media hora más tarde.

Lo que encontramos en ese mercado, fue realmente espectacular, parecía sacado de aquellas películas antiguas de chinos, o de algún documental de la televisión.
Este mercado, está situado más o menos a la mitad del pueblo, pasando la plaza central, bajando por la calle Cau May, antes de llegar a la zona de bares preparados para el turismo, que se encuentra en la parte más baja de la ciudad.


La planta alta del mercado de Sapa, estaba repleta de tiendas de ropa y a talleres de costura, donde señoras de la etnia Dazao rojo, fabricaban bolsos y demás souvenirs.

Mujeres Dzao Rojo trabajando en los talleres de costura del mercado de Sapa.

Las vendedoras de las tiendas, a ver nuestras caras de extranjero, nos "saltaron a la yugular", a intentar vendernos prendas de marca (pero fabricadas en Vietnam), con muy buena pinta, no parecían la típica imitación barata china. Aún no entiendo porqué hicimos de bobos y no compramos alguna.

Las señoras de los talleres, algunas muy entradas en años, se limitaban a sonreirnos y bromeaban entre ellas al vernos fisgonear lo que ellas hacían. Fueron muy simpáticas.

Bajando a la zona del mercado destinada a la alimentación.

Otra cosa, es lo que hay en la planta baja del mercado, destinada a la alimentación.
Es una parte nada turística, exclusiva para los paisanos del lugar.


curiosa imagen de las carnicerías, con el despiece de carne sobre las mesas de madera, sin medios de refrigeración, nos hace retroceder a un pasado no tan lejano, cuando los medios eran exactamente iguales aquí.

Mujeres de Sapa regateando el precio de unos pollos.

Verduras troceadas y animales preparados para el consumo humano, se encontraban a diestro y siniestro, a mano de la clientela, a lo largo todo los rincones del batiburrillo de tiendas que hay en el semisótano donde esta situado esa parte del mercado.


A nosotros nos llamó sobremanera la atención, unos pollos desplumados, de color negro que no habíamos visto nunca.




















Además se podían encontrar exquisiteces locales, como gusanitos, pescado y cangrejitos de río, etc..

Comentamos entre nosotros, que el lugar es totalmente pintoresco, un regalo para la curiosidad foránea, lo único, es que no se puede plasmar en fotografías y vídeos, como ya nos pasara por ejemplo en An Thòi, isla de Phuc Quoc, los olores nada agradables que emanan en esos singulares lugares.




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