martes, 10 de enero de 2012

Nuestra última impresión (mala) del Tonlé Sap. (7ª parte).

Después de nuestro fugaz desembarco en la pagoda de Kompong Phhluk, de una media horita de duración, volvió nuestro barquero a buscarnos para retornarnos a tierra firme.


Habíamos pasado una mañana genial en el Tonlé Sap. Habíamos vivido una experiencia irrepetible, de esas que sabes a ciencia cierta, que dificilmente en otro lugar del mundo podríamos haber visto o sentido algo ni tan siquiera parecido.
 Comenzamos pues, lentamente el último paseo por las "calles" de Kompong Phhluk, buscando la salida hacia las aguas abiertas del lago, con rumbo al pueblo base desde el que habíamos partido temprano en la mañana.


Las singulares imágenes, que permanecerán para siempre en nuestra memoria, se comenzaron a suceder delante de nuestros ojos por última vez.


Esas casas artesanales, esas personas adaptadas totalmente a ese estilo de vida y casi ajenas a nuestra presencia, esos vastos paisajes acuáticos donde el agua marrón es salpicada de verde y azul por las plantas invasoras y por el cielo, tan espectacularmente "rasgado" por las nubes que tuvimos la suerte de disfrutar ese día, nos hicieron sentir reconfortados, enormemente enriquecidos con la simple visión de ese mundo tan diferente, como si hubiésemos alcanzado otra meta u otro sueño cumplido.


Largo rato de navegación después, arribamos nuevamente al pueblo base desde donde partimos esta mañana, a orillas del lago Tonlé Sap.
Nos despedimos del "niño barquero", dándole una propinilla y saltamos a los tablones, que nos salvaban solo en parte, de hundir los pies en el agua.

Al final del camino, nos encontramos con una familia de turistas americanos, que esperaban al bote pequeño, que nos llevaría hasta el sitio donde nos vendieron la entrada esta mañana.

Otro barquero, descalzo y ataviado con unos pantaloncitos cortos y una camiseta de camuflaje que alguna vez habría sido del ejército, nos indicó que subiésemos a su barca. Nosotros le mostramos los tickets de esta mañana y él asintió. Subimos y tomamos asiento junto a los americanos.

A mitad de camino, el barquero comenzó a cobrar a los americanos un dólar por cabeza y cuando nos pidió lo mismo a nosotros le respondimos que de eso nada, que ya le habíamos enseñado los tickets que nos vendieron esta mañana por este servicio.
En principio, esto le valió al hombre, pero los americanos entonces, comenzaron a protestarle y a pedirle explicaciones de porqué ellos pagaban y nosotros no.


Cuando llegamos a tierra, una chica de los americanos que iban en el barco, nos pregunta que porqué nosotros no pagábamos. Le contamos que esta mañana, a nosotros dos, nos habían cobrado un dineral, en el que este servicio, estaba incluido. Rápidamente, ella se volvió hacia el barquero y comenzó junto a su familia, a discutir con él.
Allí los dejamos y comenzamos a caminar por el fango, en busca de Sam Om, pero al cabo de un rato nos alcanzó el barquero. Venía muy enfadado, haciendo aspavientos y exigiendo dos dólares por habernos traído hasta aquí.

Habíamos leído muchas "pamplinas" acerca de que si uno se enfada en Camboya, pierde su prestigio y no se que otras cosas más, pero la actitud de todo el día de "estos señores", de pedir, pedir y pedir más dinero, y no poco, primero con la excusa de que todo estaría incluido y después porque no lo estaba, ya nos terminó de cansar y yo, a pesar de ser una persona con muchísima paciencia, cuando ésta se acabó, a pesae de ser por una minucia de solo dos dólares, lo demostré.
Del mismo mal modo en que el barquero me habló, le respondí, y le señalé, que esos dos dólares se los iba a tener que pedir a los que nos vendieron los tickets esta mañana, y le señalé hacia el "puesto de venta de billetes", donde ya no había nadie.
Allí se quedó "rumiando", pues como lo que pretendía era intimidarnos, y no lo consiguió, pues tuvo la mala fortuna de no haber medido bien su físico y compararlo con el nuestro antes de intentarlo, le salió la jugada al revés.


Nos entretuvimos por el camino buscando un baño, que nunca usamos por las condiciones extremadamente antihigiénicas, y para cuando llegamos a donde estaba Sam Om, nos encontramos con que el barquero, estaba amenazando a nuestro amigo, mientras él le daba el dinero que nos pedía, en el equivalente en moneda camboyana.

Eso ya me saco bastante de mis casillas, por decirlo suave.
A voz en grito le dije a Sam Om, que no le pagase nada, que eso ya estaba cobrado desde esta mañana y que ya se estaba pasando de listo.

Marijose, el propio Sam Om y los turistas americanos, que llegaron detrás de nosotros se encargaron de apaciguarme. Evidentemente, ya habían sobrepasado mi límite.
Un guía, que venía con la familia americana, preocupado al ver mi enfado, se acercó a discutir con el barquero. Después de mostrarle los tickets que nos habían dado en la mañana, su cara de indignación, por fin nos dejó ver, que no todo el mundo aquí, esta de acuerdo con este abuso.

Nos subimos en el tuk tuk con Sam Om, y nos alejamos de allí. Una mirada a nuestro alrededor para ver por última vez el exótico lugar en el que nos encontrábamos, y lo único que encontramos fue la burlona despedida del barquero, que nos decía adiós agitando sus dos dólares en rieles camboyanos en la mano y con cara de satisfacción por haber "robado" esa insignificante cantidad a dos turistas.


Yo no pude evitar sonreírme. Le devolví el saludo con la mano con el mismo tono de burla, pero con una tremenda tristeza interior.
¡Qué triste es la ignorancia! Una cosa tan bonita que tienen para mostrar al mundo, y que con esa actitud, desgraciadamente no les vaya a durar nada...
Dicho ésto, tengo que insistir, que hay que asumir y reconocer, que es igualmente triste, que en España y en mi casa, Canarias, se cometieran los mismos errores en el pasado.


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