martes, 1 de mayo de 2012

Trekking, día 2 (4ª parte)


Después de estar jugando un ratito con las niñas a lanzarnos la pelota, cuando el resto del grupo estuvo listo, nos despedimos del simpático señor de la casa, pagándole las bebidas consumidas con algo de propina, (para que cundiese el ejemplo), y dándole nuestras sinceras gracias por el trato dispensado y por la enriquecedora vivencia que nos habían aportado tanto él como sus familiares y amigos.


El, con una reverencia y un sencillo "tam biét" (adiós, en vietnamita) nos despidió.

El señor australiano, se acercó a mi junto a su compatriota, Michael, y me comentó que había notado que nos habíamos ido muy temprano esta la mañana. Se interesó por cómo habíamos dormido anoche. Yo le respondí que bien, pero que al principio estaba preocupado por los rugidos de un "tigre australiano" que teníamos a nuestro lado...
Las carcajadas y el cachondeo que se pilló con mi irónico comentario, me reafirmaron en esa impresión inicial que tenía de que era un muy buen tío.


Hoy la dureza del camino subiría un poco el nivel, pues ascenderíamos y descenderíamos varias veces por los senderos que cruzan las montañas.


A pesar de que seguíamos viendo paisajes llenos de arrozales que se perdían de vista entre las brumas matutinas, a lo largo de todo el camino, la belleza del lugar aumentaba con cada kilómetro que nos alejábamos de la civilización.


 Las niñas de las montañas, nos acompañaron toda la mañana, cargando sus bolsitas, sin pedir nada a cambio, solo sonreían con cada gracieta que les hacíamos, ya imaginábamos, que sería en el lugar donde pararíamos a almorzar donde intentarían vendernos sus cositas.

Verlas sonreír, cogiendo de la mano a algunos miembros de nuestro grupo, era una imagen repleta de sentimientos contradictorios, pues aún les veías la nobleza de su niñez, aunque totalmente manipulada por sus mayores, para ablandarnos el corazón a turistas y conseguir dinero algo de dinero con sus baratijas. Es duro decirlo, pero es así.


Mientras caminábamos, hablando con Michael y con el ya apodado Australian-Tiger, les solté un sermón acerca del tema de nuestras niñas acompañantes :

- ¡Tal vez algún día los turistas no compren nada a estos niños explotados por sus padres! ¡Entonces, tal vez, los manden al colegio en lugar de a perseguir turistas! -

- ¡Absolutamente de acuerdo con lo que dices! - Me respondieron ambos.











Claro, a veces me olvido del poder de convicción que tengo, y después me sentiría fatal. Marijose me lo advirtió: - Ahora, nadie les va a comprar nada, y tú no podrás hacerlo porque serás presa de tus propias palabras - ¡Habérmelo dicho antes!

Cuando llegamos al pueblo donde comimos, las niñas nos rodearon en la mesa y sacaron su arsenal de baratijas. Nadie les compró nada ( por mi culpa ), y efectivamente me sentí fatal por ello.

Me levanté de la mesa todo lo discretamente que pude de la mesa, y compré unos refrescos para las niñas, con ánimo de limpiar mi conciencia, pero cuando salí con ellos en las manos, éstas, ya se habían marchado.

Cada vez que recuerdo esa situación, no puedo evitar sentirme mal, pues por más que se que en un mundo ideal, lo correcto sería no comprar nada a los niños para que sus padres no lo exploten, también se que eso tendría que hacerlo todo el mundo, y la realidad es que no es así, y una sola persona no cambia el mundo.


En una de las paradas para descansar en el camino, nos quedó grabada una de las imágenes más simpáticas que recordamos de las niñas.

Una de las personas del grupo, creo que Emily, sacó de su mochila una bolsita de gominolas y las repartió entre ellas. Acostumbradas como están a su comida, no nos dejó de sorprender que una de las chiquillas pusiese carita de asco y se negase a comer nuestras golosinas.

Mientras caminábamos por las montañas, quedamos boquiabiertos con la manera tan singular de trabajar de las gentes del lugar. La mayoría son personas jóvenes, que no dejan de portar a sus espaldas a sus bebes, ni para la realización de los trabajos más duros.



Antes de llegar a la "parada estrella" del día, ocurrió otra anécdota graciosa:

Yo, "guiri total", lo reconozco, me había retrasado un poco y caminaba el último del pelotón, entretenido en fotografiarlo y filmarlo todo.

Un trecho del camino, se volvió bastante dificultoso, al encontrarse entre unos cañizos que retenían el agua y mantenían el terreno fangoso.

Delante de mi, caminaba una de las danesas, que después de anoche, ya no hablaban nada con nosotros. Yo caminaba con la cámara de vídeo en la mano y justo cuando paré de filmar, la chica resbaló y ¡CHOFF! cayó de rodillas al fango.

Las niñas se apresuraron a ayudarla, y yo que caminaba detrás, le grité para saber si estaba bien y necesitaba ayuda. Ella se levantó rauda, limpiándose el barro de las manos y de los pantalones y lo único que atinó a preguntarme con cara de mosqueo, era que si la había filmado cayéndose...


- ¡Me pienso hacer rico con tu vídeo mandándolo a Tv! - Le contesté bromeando.

Ella puso carita de ganas de llorar, así que enseguida le dije que no, que era broma, y le mostré la cámara para que viera que era verdad que no la había pillado "infraganti".
Me mostré amable y solícito para ayudarla por si no se encontraba bien, cosa que pareció aliviarla, y esbozó una pequeña sonrisa por su torpeza, antes de decirme que se encontraba bien. Reiniciamos la marcha escuchando, las risitas burlonas de las niñas, en busca del resto del grupo.


Llegamos a una cascada de agua impresionante.


Esa fue la "parada estrella" de la caminata.


Las vistas al valle desde aquí, con el río al fondo, muy abajo, eran como de película.


Aquí descansamos un ratito e hinchamos nuestras almas de paz y tranquilidad, ajenos a todo lo que tenía que ver con nuestro mundo.


A partir de aquí, la caminata se hizo un poco de las llamadas rompepiernas.




Primero, descendimos la empinada ladera, por un sendero de arena suelta, nada recomendable para el descenso, hasta que llegamos al río y lo cruzamos sobre los típicos puentes colgantes.


















En la bajada, me puse las pilas para llegar antes y tener un poco de tiempo para fotografiarlo todo antes de que el resto del grupo me alcanzase.


Las niñas, se "picaban" jugetonamente conmigo, intentando alcanzarme entre risas, y se quedaban asombradas de no ser rivales para mi largas piernas equipadas con zapatos de trekking.


Y después, ya con las piernas "tocadas" por la bajada, una dura subida por la otra ladera, donde llegaríamos a la carretera principal que nos conduciría de nuevo a Sapa.


Justo al llegar al cruce del sendero con la carretera, arribamos un restaurante para turistas, donde nos sirvieron una comida que nos ayudaría a recuperarnos del duro esfuerzo de esa última parte del camino.


Fue el lugar, donde nadie compró nada a las niñas, el episodio antes, y aquí también, nos encontramos con algunos de los chicos que estuvieron con nosotros anoche en la cena del homestay, que nos recibieron con vítores y aplausos. Una gente encantadora.






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