lunes, 21 de mayo de 2012

El anochecer en una playa de la Bahía. (3ª parte)


Al bajar del islote kárstico donde esta la Cueva Sorpresa, nuestro bote auxiliar nos dirigió a lo que ellos dicen que es una aldea flotante de pescadores.


Pero, en realidad lo que es, es un "negociete" montado sobre cuatro pasarelas flotantes, en los que algunas personas se dedican a ofrecer, en convenio con los navíos de turistas, atracciones para los extranjeros tipo kayaks, canoas, barcas a remo y cositas así.

Teníamos incluido y no lo sabíamos, un paseito a nuestro aire en una piragua de una horita de duración, así que lo aprovechamos.
Tomanos la nuestra, y nos dimos un pequeño recorrido alrededor de unas cuantas formaciones de esas enormes rocas, remando lentamente, y descubrimos que estas "montañas-roca", están repletas de pequeñas cuevas y minúsculas calas de arena blanca.

A la hora acordada con nuestro guía, volvimos al "embarcadero flotante", y montamos nuevamente en el "mini-junco", en el que emprendimos una pequeña travesía a lo largo de la pequeña bahía en la que estaba fondeado nuestro barco, en busca de una famosa playa de arena blanca, situada en la base de una de estas enormes rocas calizas.


Mientras avanzábamos mar abierto por la bahía, entre la maravillosa estampa que ofrecen los juncos fondeados y otros lujosos barcos de turistas, el sol comenzó a descender, dando un especial e impresionante toque rojizo a todo el paisaje.


Fue el otro anochecer de ensueño que vivimos en Vietnam, junto con el de Long Beach,  la playa de la paradisiaca isla de Phuc Quoc.


Ese momento nos dejó embelesados, disfrutamos a cada segundo que vimos ponerse el sol, y estuvimos de acuerdo en que fue un gran acierto haber dejado este sitio para el final de nuestro viaje por este país, como la guinda a este pastel.


Por nuestras investigaciones posteriores, ya que en ese momento nadie nos informó, estamos bastante seguros que la "gran roca" se trataba de Dao Titop.

Islote de Dao Titop a la mañana siguiente.

En ese islote de roca caliza, hay una playa de arena blanca, donde paseamos y tomamos un agradable baño durante un buen rato, ya casi sin sol, apenas con la luz reminiscente del escaso día que aún nos quedaba.


Después de la experiencia, volvimos a nuestro junco, el Cristina Suite Cruise, donde disfrutamos de una relajada velada en compañía de nuestros compañeros de crucero.


Cena de primera, y karaoke con unas geniales interpretaciones solo para nosotros dos (y su esposa, claro), de nuestro compañero, el marido de Singapur, quién era capaz de cantar en cualquier idioma que le propusieran, desde chino, francés, inglés, vietnamita...dejándonos a todos, incluido la tripulación, con la boca abierta.


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