martes, 22 de mayo de 2012

Amanecer en la Bahía de Halong (4ª parte)


Después de una encantadora velada, en la que conversamos animadamente con algunos de nuestros compañeros, gracias sobretodo a unos B52 que pedimos (unos chupitos muy vistosos pero muy fuertes), dormimos plácidamente toda la noche y de un tirón, en nuestro confortable camarote.


Para no ser menos que en las mañanas de nuestro trekking por las montañas del noroeste, y sobre todo, porque ya estábamos habituados a las intespestivas horas en las que amanece aquí, sobre las seis menos cuarto de la mañana o así, ya estábamos despiertos con los "ojos como platos".

Así que nos aseamos, nos preparamos para el día de hoy y nos subimos a la cubierta superior para contemplar la silenciosa bahía a esa temprana hora.

Todo el mundo en nuestro barco dormía, igual que en las naves de alrededor, pues habían estado hasta altas horas de la madrugada, cada grupo en su barco, enfrascados en una competición de karaoke, para ver cuál se oía más en toda la bahía, ¡y vaya que si se oía!...


Por ello, procuramos no hacer mucho ruido, y nos dedicamos "a vegetar" en la cubierta superior, sentados o apoyados en las barandillas del barco, totalmente absortos en admirar cada detalle de la hermosísima bahía, que se desperezaba con una ligera niebla blanquecina, que rápidamente, desde que salió el sol, se desvaneció por completo.


La calma y quietud del agua, casi tanto como las inertes y gigantescas rocas teñidas por el verde de su espesa vegetación, que salpicaban todo el paisaje hasta perderse en el horizonte, junto a la estampa de los muchísimos barcos de todo tipo y colores, allí fondeados y que giraban sobre sí mismos, meciéndose lentamente arrastrados por una mínima corriente, fue sublime.

Nos volvimos a repetir, que había valido mucho la pena el haber llegado hasta aquí y de la manera que lo habíamos hecho, guardando este punto para el final.

Poco a poco nuestros compañeros de barco, se fueron levantando y de vez en cuando alguno se asomaba por la cubierta donde estábamos nosotros, compartiendo su asombro por lo bonito de la escena.


Sobre las ocho de la mañana, tomamos el desayunano y antes de terminarlo, nuestro guía, nos reclamaba ya, para que nos diésemos prisa y poder comenzar la última excursión por los alrededores del lugar donde nos encontrábamos.



 

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